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Las niñas y mujeres en la ciencia

En la primaria y aun en la secundaria no recuerdo a ninguna de mis compañeras que, en esos momentos en los que hablábamos o nos hacían compartir lo que queríamos para nuestro futuro, eligieran alguna profesión o manifestaran una vocación relacionada con la ciencia. 

Entonces, tal vez casi igual que ahora, al menos en el sistema de educación pública lo más cerca que como estudiantes estábamos de la ciencia eran las materias de matemáticas, física, química, geografía y biología, y el interés que pudiéramos tener por ellas, como dicta casi toda adolescencia, dependía de la aversión o del encanto que nos causara el profesor responsable de impartir esas clases. 

En química, tanto en secundaria como en prepa, tuve profesoras. En física y matemáticas, profesores. Biología y geografía, profesoras… Pero por alguna razón había en el aire un argumento implícito de que las ciencias duras eran para los hombres. Las niñas no éramos buenas en matemáticas o en física o en química… Éramos buenas para escribir, para la historia, para las clases de artísticas… 

Aunado a lo implícito, recuerdo haberme topado con clases que realmente hacían muy complicado que sintiera interés por esas materias. Todo tan lleno de fórmulas y de números que debía memorizar para poder hacer exámenes, pero que no despertaban esa curiosidad que debe ser tan natural en la ciencia. Ahora, de adulta, me confieso más interesada en esos temas. Tal vez no con las fórmulas y los números, pero sí con el hambre de saber. 

Luego, en la prepa, cuando defines (o te obligan a definir) qué quieres estudiar me di cuenta de que ese sesgo de a qué se dedican ellas y a qué ellos sigue existiendo. Pocas de mis compañeras, debo decir que un número bajísimo, eligieron alguna carrera relacionada con ciencias exactas o ingenierías. Y, claro, se enfrentaron a enormes y ridículos prejuicios que sé que aún existen en esas licenciaturas sobre aquellas mujeres que deciden cursarlas. 

Así, vemos números realmente extremos en, por ejemplo, la presencia de las mujeres en los premios Nobel de física, química y medicina. Y, claro, muchos dirán que es porque más hombres se dedican a estas áreas y, por tanto, es obvio que su presencia sea mayor. Pero precisamente de eso se trata, de que desde la niñez se sigue concibiendo en muchos sistemas de educación que los niños tienen una tendencia natural a estas ciencias y no así de las niñas, y éstas se van quedando atrás, rezagadas, aunque tengan interés en ello. Peor aún en un país como México, que se sabe lo poco que ha apostado a la ciencia y la tecnología. 

Incluso en estos tiempos, de acuerdo con ONU-Mujeres, menos de 30 por ciento de investigadores científicos en el mundo son mujeres. 

En este contexto, y con la finalidad de acercar más a las niñas y llevar a las mujeres a estos campos de desarrollo profesional, desde hace seis años el 11 de febrero se instauró el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, cuyo fin es lograr el acceso y la participación plena y equitativa en la ciencia para las mujeres y las niñas. Se trata de “un recordatorio de que desempeñan un papel fundamental en las comunidades de ciencia y tecnología y que su participación debe fortalecerse”. 

Dejemos que nuestras niñas jueguen con dinosaurios, que se embarren de tierra al descubrir ciudades ocultas y fósiles; dejemos su curiosidad libre cuando pregunten cómo funciona un termómetro o cómo se forman las nubes. Ojalá seamos capaces de saber dónde buscar y poder contestar cuando ellas quieran saber qué es un arcoíris o de dónde viene la lava de los volcanes. 

Y eduquemos a los niños para que no sean esos compañeros o profesores que digan que la ciencia no es para niñas o que las mujeres que la estudian solo van a la universidad a buscar marido. 

Por ellas. 

Twitter: @perlavelasco

jl/I