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Los pequeños actos de podredumbre

La acumulación de pequeños actos cotidianos suele tener un efecto más significativo que los grandes actos de anuncios fragorosos. También la acumulación de pequeñas omisiones cotidianas tiene ese efecto en sentido inverso. 

Pienso en los grandes anuncios de que el gobierno federal va a mandar 500 o 600 agentes o que los policías de las comisarías trabajarán coordinadamente en una sola Policía Metropolitana de Guadalajara. En cambio, diario vemos que cada municipio hace lo que quiere y como quiere, y que la Guardia Nacional es puro apantalle. 

Actos nocivos que producen un daño indeleble son, por ejemplo, las persistentes disuasiones de denuncias en que incurren ministerios públicos y policías. No sólo es su trabajo conocer de cualquier ilícito y actuar diligentemente para garantizar el acceso a la justicia de cualquier persona, sino protegerla en su calidad de víctima para que pueda trascender esa situación en que voluntades ajenas y el destino la han colocado. 

Ya sea que alguien te haya amenazado, te haya robado tu teléfono celular sin que te dieras cuenta o te haya querido extorsionar, lo mínimo que pueden hacer es cumplir con su trabajo y recibir la denuncia. Sin embargo, se cuentan entre la cifra negra de los delitos jamás denunciados muchos casos en que los propios funcionarios de seguridad y procuración de justicia han promovido lo contrario: que el ilícito jamás se conozca, que la estadística se mantenga baja y que no se incremente el trabajo de archivar un caso más. Porque muy previsiblemente, ése es el destino que espera a la inmensa mayoría de las denuncias: el olvido, el archivo temporal o permanente que equivale a enterrar, caso por caso la esperanza de una restitución para la sociedad agraviada incesantemente. 

En un Jalisco especializado en fosas clandestinas, las mismas autoridades contribuyen a sepultar institucional y no clandestina, sino públicamente la posibilidad de revertir la tendencia de impunidad que no sólo hiere y vulnera, sino que mata y extermina. Ponen el ejemplo para que el crimen ordinario y el crimen organizado continúen su ignominiosa labor. 

Es cierto que hay servidores públicos que actúan por convicción, asumiendo una vocación de verdadero servicio y entrega. Pero no son la mayoría y no bastan para transformar su entorno de podredumbre. Son excepciones que encienden efímeramente la esperanza en la brutal oscuridad del despotismo, la ineptitud y la indiferencia. 

Los políticos en turno tenían razón, cuando llegaron al poder, en que nuestra sociedad requería líderes rectos para motivar una transformación y una refundación de las instituciones, pero se han empeñado en demostrar que no son ellos las personas que necesitamos para poner el ejemplo y arrastrar a los funcionarios hacia una actitud completamente distinta. Y ni siquiera cumplen con el mínimo que es apegarse a la ley, sancionar a quien no cumple con su responsabilidad o a quien transgrede los derechos fundamentales. En cambio, se contentan con echar culpas y, de manera mezquina, hacer cálculos políticos ante las inminentes elecciones del 6 de junio. 

Podrían iniciar por un simple acto de congruencia que los apartase de la hipocresía de sus vacíos discursos de falsa igualdad sustantiva y transversalidad de género. Podrían empezar por garantizar la libre expresión de miles de mujeres que desean hacer visible la frustración de la violencia que todos los días las doblega. Más que cuidar la integridad de edificios que son monumentos a instituciones caducas y llenas de sinsentido, podrían preocuparse por que ellas en verdad estén seguras y griten su enojo sin riesgo de represión. 

Twitter: @levario_j

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