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Lemus por Del Toro: ganan los empresarios

La política es el arte de lo posible, aunque lo posible implique, en muchas ocasiones, comer sapos sin hacer gestos. El realismo político es poderoso y determinante, hace a un lado lealtades, compromisos y amistades; implica racionalidad, cálculo y determinación para tomar decisiones que, en suma, están diseñadas para mantener el poder. 

Más allá de partidos –instituciones cada vez más obsoletas–, los grupos o élites existen como medios reales para competir en la arena política que, si bien se sustentan en vínculos motivados por el interés o el beneficio personal, casi siempre dependen de un líder que obliga a los miembros a actuar conforme a sus objetivos, en muchas ocasiones más por temor que por convencimiento. 

Gramsci afirmaba que es lógico y razonable que exista un grupo que intente ejercer o ejerza el poder político de forma hegemónica, siempre y cuando éste no llegue al punto de transformar a la sociedad gobernada en un sistema cuyo único interés sea sólo el económico-corporativo, es decir, que procure beneficios exclusivamente para unos cuantos. 

En esa lógica, el modelo alfarista parece haberse agotado, no porque se remplace a un candidato por otro, sino porque su hegemonía se ha sustentado en la defensa de los intereses de unos cuantos, y aquí no me refiero al llamado “sanedrín”, sino a la limitada base de beneficiarios reales que el actual gobierno de Jalisco ha registrado en estos casi dos años y medio de administración. Esta situación ya le ha pasado factura al gobernador, según casi todos los estudios de opinión. 

A diferencia del López Obrador –con quien Alfaro guarda grandes similitudes en cuanto a la forma y visión de gobernar y percibir a la oposición, a los medios de comunicación, a los académicos y a los organismos autónomos–, el gobernador de Jalisco ha puesto mucha atención en los empresarios, descuidando la base electoral que lo acompañó desde Tlajomulco hasta Casa Jalisco. 

En discurso y acción, en forma y fondo, Alfaro-gobernador ha renunciado a ser el líder de un proyecto que formó en torno a él y que, en su momento, simbolizaba una alianza con los segmentos más desprotegidos del estado: los marginados de las administraciones panistas y priístas, las y los ciudadanos de a pie, las niñas y las mujeres, los estudiantes, los ambientalistas, los ciclistas y una larga lista de etcéteras. 

Hoy más que nunca algunos de los empresarios de más peso juegan un papel fundamental en el gobierno estatal, mucho más que el que desempeñaron en el sexenio anterior. Los empresarios son los verdaderos aliados del gobernador; el “sanedrín” es un equipo de trabajo que domina y controla sin mucho esfuerzo, pero los hombres de negocios y dueños del dinero son el factor que realmente incide en las decisiones del hombre más poderoso de Jalisco. 

La designación de Pablo Lemus para ocupar el lugar que dejó vacante Ismael del Toro tiene sentido desde la lógica de la relación gobierno-gremio empresarial. Mientras Lemus es uno más de ellos, Ismael del Toro es y se mueve como un político tradicional que sabe tomar distancia de los grupos de poder, que define su agenda desde una visión más territorial, un perfil similar al del coordinador nacional de Movimiento Ciudadano, Clemente Castañeda. 

De esta forma, y aún y cuando el Pope fue siempre el sucesor de Alfaro como diputado y como alcalde de Tlajomulco y de Guadalajara, Lemus lo suple porque garantiza que los principales aliados del gobernador se mantengan tranquilos y convencidos de que ganará y de que se les respetará el estatus. 

Con la declinación de Del Toro sale de la alineación titular de la élite gobernante de Jalisco un político conciliador –con mano izquierda, como se dice en la jerga política– y en su lugar llega un empresario que muy rápido se volvió político, que le gusta desafiar y que ya se percató de que con la deslealtad también se puede ganar. 

Twitter: @cronopio91

jl/I