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La vacunación

No soy un convencido de las vacunas contra el Covid-19. No sólo porque ninguna de ellas es la solución a la pandemia, sino además por los riesgos que, a futuro, podrían tener en la salud de las personas. La información o, mejor dicho, la infodemia ha cumplido su función, dejándonos en una gran incertidumbre científica respecto de este extraordinario proceso global experimental de vacunación. Es decir, cuando más se necesitaba de confianza y certeza en la ciencia médica, no sucedió así. Si no me equivoco, esta sería la primera ocasión en que una vacuna, sin haber cubierto todas las etapas experimentales necesarias, se aplica masivamente. De esta manera, los adultos mayores, de manera contradictoria, al ser lo más vulnerables y los más necesitados de cuidado, fuimos convertidos en una especie mundial de conejillos de indias. 

En México, como se sabe, existe una larga experiencia de vacunación. La más reciente fue contra la A/H1N1. Esta y otras anteriores han sido masivas, si bien nunca tanto como la actual. Además de eso en México también hay experiencia múltiple en la organización de eventos masivos y, sin embargo, pareciera como si tal experiencia acumulada no existiera. 

Sobre el proceso concreto de organización para la aplicación de las vacunas en las grandes ciudades han corrido muchas versiones, más allá de si se dispondrá o no de suficientes vacunas para el total de la población adulta en esta primera etapa. En la Zona Metropolitana de Guadalajara, sin aclarar las razones, se reportaba que en varios lugares sobraban vacunas y se instaba a que personas de cualquier municipio concurrieran para evitar desperdicio de la vacuna. 

Esta información corría como pólvora y de todas partes acudían cientos de personas en busca de una ficha para vacunarse, produciendo tumultos sociales. Muchos de ellos dispuestos a pernoctar una noche o más en los lugares de distribución de las fichas. Engrosaban estas filas los hijos, los sobrinos, con el fin de obtener una ficha para alguno de sus familiares adultos. Esto ya de por sí resulta cuestionable dada la cantidad de personas que se arremolinaban en las filas haciendo imposible la sana distancia. No se entiende por qué viendo estas congregaciones, los organizadores no tomen cartas en el asunto para evitar tales tumultos. 

Es cuestionable también que, sabiendo que acudirán personas adultas, muchas de ellas en sillas de ruedas, en malas condiciones de salud o de edad muy avanzada tengan que hacer una espera hasta de cinco o más horas para entrar a ser vacunados o recibir una ficha. ¿En serio no es posible que con todos los recursos disponibles del gobierno no se pueda llegar a los hogares de estas personas con dificultades para movilizarse? 

El proceso es contradictorio, porque ya cuando se logra ingresar a los sitios de vacunación todo va mejor. Al menos así sucedió en el Parque Ávila Camacho el lunes 22 de marzo. Impresionaba el desfile de modelos de sillas de ruedas, de sillas, bancos, sombrillas, cubrebocas, caretas y abrigos. Por supuesto que había mucha gente que, con razón, estaba molesta, pero era mayor la cantidad de personas que pacientemente estuvieron en la fila, respondieron las preguntas que les hicieron, recibieron con gusto a las eficientes enfermeras que las vacunaron y escucharon atentas las indicaciones sobre los posibles efectos que podrían tener en los días subsecuentes. 

En lo posterior debería mejorarse el operativo para hacerlo más amable, humano y menos azaroso desde que se inician las filas. Los agentes viales tampoco ayudan mucho intimidando a las personas diciéndoles que sus autos serán retirados por las grúas sin aclararles dónde hay lugares para estacionarse. 

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jl/I