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Al cobijo de Minerva

Alejandra no se imaginaba que en menos de una semana pasaría de bajarse de un autobús, después de un largo trayecto, a encontrarse a las afueras del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño, convertido en módulo de vacunación anticovid para Guadalajara, coordinando a cientos de personas que, en sus autos, se aprestaban desde el jueves de la semana pasada para recibir la primera dosis de Pfizer-BioNTech. 

Converso con ella acerca de su odisea y en todo momento recalca que la labor que hizo en el extremo norte de esta leal ciudad no hubiera sido posible sin la cooperación, el entendimiento y la gratitud de la gente, pero de forma particular de otras personas, a quienes ahora les llama amigos, para tejer un plan y organizar a quienes esperaban un espacio para sus mamás, abuelos, tías, hermanos o sí mismos y ser vacunados. 

Gisela Guadalupe García González, Ana Line Berenice de la O Martínez, Joel Rodríguez Méndez y Victoria Rivas Vega, además de ella, Alejandra Veloz Villalobos, fueron los artífices de que poco más de 600 vehículos pudieran ingresar el sábado, primer día de vacunación en la Perla Tapatía, al campus de la Universidad de Guadalajara. 

Alejandra tenía sus motivos para ayudar. Uno de ellos –el de todos– era lograr que alguien fuese vacunado; en su caso, su abuelita. Otro, que no había una comunicación eficiente entre quienes el jueves ya estaban con sus autos haciendo fila para entrar al CUAAD. Y el tercero fue su temor de pasar sola dos noches, en su carro, en un lugar ajeno y sin conocer a nadie. 

Se escucha animada, de buen humor. Me comenta que apenas acaba de recuperar la voz, pues terminó afónica de gritar para transmitir indicaciones. “Ya todos me ubicaban”, me dice. A veces uno no sabe cómo es que termina siendo un instrumento para ayudar a los otros y eso la tiene contenta, aun casi una semana después de haber aguantado sol, hambre y sed, desplantes y groserías, pero feliz por las palabras de cariño y aprecio que todavía le llegan a los grupos de WhatsApp que armaron para coordinarse mejor. 

Me dijeron que no tienes trabajo..., le digo. Suelta una sonora carcajada y, sonriendo, me contesta que no, no tiene, pero que todo eso comenzó luego de que, en medio de la amateur logística, un señor le reclamara sobre por qué ella estaba organizando y quién era para hacerlo. Tras el abordaje, le contestó: “Soy una desempleada que viene llegando de Estados Unidos y que no tiene otra cosa en qué perder su tiempo”. 

El rumor de que Ale no tenía empleo comenzó a correrse entre quienes estaban ya listos para la vacuna. Le ofrecieron desde una despensa hasta una coperacha para darle dinero. Vuelve a reír. “Les mandé un audio dándoles las gracias. No es necesario. Sí, no tengo empleo, pero tampoco es que ahorita lo necesite y, gracias a Dios, no he tenido necesidad económica”. 

La mañana del sábado, tempranito, su abuelita, llevada por otro familiar, llegó para ocupar el lugar que Alejandra le estuvo reservando. Su abue ni siquiera fue de los 100 primeros que pasaron. 

Su familiar le sugirió que se fuera a descansar, pero ella caminó hasta el inicio de la fila para preguntar en qué podía auxiliar. De nuevo, este grupo de coordinadores se puso a ver que nadie se metiera en la línea, a buscar algún espacio en los autos formados para ancianos que apenas podían caminar o incluso iban en sillas de ruedas. 

Alejandra no tiene trabajo, pero ella, Gisela, Ana Line, Joel y Victoria hicieron el de las autoridades; ocuparon y rebasaron el espacio que éstas sólo llenaron con información vaga y contradictoria, con silencios e incertidumbre. 

“Ayudamos como pudimos y como Dios nos dio a entender… No sé de dónde saqué tanta paciencia, cuando a veces no puedo ni ponerme de acuerdo con dos personas”. 

Y entonces Alejandra ríe. 

De nuevo. 

Twitter: @perlavelasco

jl/I