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El ruido electoral, el arranque de las campañas

El periodo de elecciones con mucha frecuencia hace recordar la existencia de los partidos políticos en nuestro país. La enorme brecha creada entre los partidos y la ciudadanía se estrecha, de manera particular, en el inicio de los periodos electorales en los que partidos y candidatos, funcionarios de gobierno pertenecientes a un instituto político, empresarios y una gran diversidad de actores, actúan en un escenario poco propicio para un diálogo o para la construcción de una plataforma de partido y después electoral; es la etapa del proselitismo y con él, la vehemencia verbal y de ocurrencias, no deja un paso libre para un diálogo o una concertación. 

Del 4 de abril al 2 de junio de este año tendremos en la esfera de los llamados medios de comunicación tradicionales, principalmente radio y televisión, una cantidad cercana a los 19.8 millones de spots. De acuerdo con las disposiciones que surgen de los artículos 6, 41 y 134 de la Constitución de nuestro país, se establecen las condiciones jurídicas reglamentarias relacionadas con la comunicación política de los actores en contienda. Lo anterior significa que no solamente se han establecido las condiciones reglamentarias, sino que, con apego a esas disposiciones, se asegura el recurso que el Estado debe destinar para la consecución de los objetivos de proselitismo de los partidos y así poder, de alguna forma, establecer ciertos estándares de equidad en la contienda electoral, al menos en el espíritu de las disposiciones reglamentarias. 

Lo anterior se traduce en algo así como 330 mil anuncios con una duración de 30 segundos que son tiempos del Estado y que, con ello, se da forma a la disposición reglamentaria. Hay un límite para la propagación de propaganda electoral porque ésta solamente puede transmitirse de las 6 a las 00 horas. Para tales efectos, se tiene previsto que todo el esquema de propaganda política pase por 2 mil 060 radiodifusoras y mil 371 canales de televisión. 

Por primera vez, en este proceso electoral el tema de las plataformas digitales, por otra parte, cobra una relevancia fundamental. Este inusual proceso electoral, que se encuentra profundamente circunscrito por una de las pandemias planetarias que ha generado trascendentales cambios en las formas en la que se realizan todas las actividades que dejaron de ser rutinarias, ha generado en distintas partes del mundo, cambios respecto de los esquemas que tradicionalmente formaban parte del proselitismo político. Los mítines, las reuniones de vecinos, las actividades de alta concentración presencial, se han sustituido, no de forma homogénea, con la ampliación de un espacio público virtual que ha propiciado cambios importantes en el manejo estratégico de las campañas por parte de los partidos y ahí, las mejores habilidades o conocimientos, o bien, las asesorías y los presupuestos más robustos en esa materia han comenzado a generar efectos sobre la percepción respecto de los partidos y candidatos. 

Para el caso de las plataformas digitales se ha establecido que deberán incluir una asignación de responsabilidad con el nombre de la persona, institución o entidad que costeará el anuncio, de lo contrario será pausado, rechazado. 

Las nuevas reglas de participación en la dimensión electoral han tomado a varios actores en desventaja técnica. El problema no tiene que ver con las mayores o escasas habilidades, sino en la falta de construcción de plataformas políticas que el ciudadano pueda ver de manera efectiva y diferenciar, no a través de los spots, sino de los programas y plataformas de los partidos, las diferencias que lo acerquen más con una opción que represente sus mejores aspiraciones, porque no hay que olvidar, la función de los políticos profesionales es la de representar a la ciudadanía. 

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