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Algo personal

Estoy harta. De verdad, ya no encuentro otro adjetivo. Esta semana ha tenido varios momentos cumbres que sólo han servido para, como decía el ya extinto y muy gatero Carlos Monsiváis, documentar el optimismo. Y, claro, lo decía con ironía y así mismo lo retomo, porque el optimismo se me va por las cloacas que habitan la clase política que, en un juego sádico y ególatra, pareciera disfrutar del sufrimiento de las personas. 

Lo que ha sucedido esta semana con la aplicación de la segunda dosis de las vacunas para adultos mayores de 60 años en Guadalajara es simplemente increíble. Y no de la buena manera. 

No cabe en mi cabeza que, después de una primera vuelta en la que se debió haber aprendido de pruebas y errores, en una ciudad del tamaño de la capital del estado de Jalisco, se sigan manteniendo modelos y formas que ya demostraron no ser los mejores, mucho menos cuando ya se pusieron otros en práctica, como el de los docentes y el del personal de salud, que avanzaron con sumo éxito. 

En mi imaginario, y no el de pocas personas con quienes converso a diario, los jaliscienses estamos atrapados entre dos gobernantes caprichosos, enojados, tercos y poco tolerantes a la crítica. 

El gobierno federal, tan creído de que su sistema de vacunación es el más adecuado, se rehúsa a utilizar los esquemas que plantea el gobierno del estado, que han sido mejores, mientras que éste se afana en responsabilizar a aquél de todo aquello que sale mal, pero poco o nada apoya en la logística de las inmediaciones de los módulos de vacunación, contrario a la primera vuelta, cuando había agentes de vialidad, policías municipales (aunque estos dependen del ayuntamiento en turno), servicios sanitarios, reparto de agua y hasta alimentos para hacer menos pesada y angustiosa la espera de miles de adultos mayores que han tenido que aguantar horas para recibir un medicamento al que tienen derecho. Un derecho constitucional, por cierto, que es el de la salud. 

Eso es lo más molesto. Ver a personas ya grandes ser las víctimas de los egos gubernamentales que parecen rozar la megalomanía. 

Ancianos que no tienen quién pueda hacer fila por ellos o siquiera llevarlos a los centros de vacunación, quienes no pueden pasar horas en el sol o de pie o sin ir al baño. Allí, degradándolos, en una espera indignante que nadie merecería pasar en este país. 

Ninguna buena voluntad de quienes no tomamos decisiones basta. No basta con que los voluntarios de la Universidad de Guadalajara quieran hacer más, porque no está en sus manos; no basta con que los hijos o nietos nos pongamos de acuerdo para ir a hacer filas para nuestros papás o abuelos, porque hay cientos, quizás miles, que no tienen a quién acudir. No basta con que los conductores den orden a los automóviles, cuando ninguna autoridad vial los está apoyando para que nadie se agandalle los lugares, para que no colapsen las vialidades, para prevenir accidentes… 

Cómo no sentirme tan harta cuando sabes que siempre culparán a otro si algo les sale mal, cuando parecen impedidos emocional y psicológicamente para reconocer sus pifias. 

Da lo mismo que se trate de una línea de Metro colapsada, de un sistema de vacunación que no funciona, de la mamá de un candidato que amenaza a una periodista, de una ciudad víctima de la falta de agua, de la horrenda crisis de inseguridad que azota al país entero… siempre encuentran a otro más culpable, más responsable, más victimario, más malo. 

Estos días no he podido sacar de mi cabeza a Joan Manuel Serrat y su canción Algo personal. Los pinta completos. A todos. No se me ocurre ninguno que se salve. 

¿Cómo podemos seguir soportando a estos políticos con afanes de mesías? 

¿Qué se hace en estos casos? 

¿Qué? 

Twitter: @perlavelasco 

jl/I