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Mamás cansadas, escuelas y pandemia 

Abren las iglesias, las salas de cine, los hoteles, los espectáculos deportivos al aire libre, los teatros con aforos reducidos, pero lo más urgente sigue cerrado. 

Hace más de un año que los estudiantes en México no pisan un salón de clases, no de manera oficial. 

Estoy en Texas y las escuelas públicas abrieron en septiembre de 2020. Empezaron en agosto de manera virtual y en unas semanas permitieron el regreso a las aulas; eso ayudó para que la economía se reactivara porque las mamás y los papás pudieron irse a trabajar. 

El retorno a clases no debía ser masivo, era una de las condiciones, todo era experimental y nadie quería miles de contagios de niños, educadores y familias al mismo tiempo. Mucho menos defunciones. 

Han pasado ocho meses, el ciclo escolar termina a mediados de junio y los protocolos son los mismos. 

Alumnos y profesores llevan cubrebocas todo el tiempo. Antes de entrar al campus los niños ponen la frente para una toma de temperatura. Los alimentos no pueden ser compartidos. No hay acceso para mamás o papás. No hay festivales en persona ni celebraciones. La escuela debe tener varias estaciones de gel antibacterial, jabón y agua. 

El salón de clases es lugar de aprendizaje, comedor y, en algunos casos, área de juegos. Es rudo, un enorme cambio, pero es peor cuando los niños no tienen un espacio de socialización, desarrollo y educación fuera de su casa. 

Dallas es el territorio educativo más grande del norte de Texas, tiene unos 150 mil alumnos y desde septiembre el 1.2 por ciento ha dado positivo a Covid-19. A la fecha han sido 4 mil 605 contagios: 2 mil 260 entre el profesorado, mil 878 entre los alumnos –más de la mitad son niños de primaria– y 467 entre su personal administrativo. 

Colaboro con un diario en Dallas y la educación es una fuente que cubro mucho. En la pandemia he visto a niños llorar en clases virtuales, esconderse debajo de la mesa mientras la maestra intenta enseñar; niños rendidos, frustrados, regañados. Niños usando internet en un Walmart para su tarea o niños con pésima conexión. Aunque una ventaja de vivir en un país con más recursos es que las escuelas públicas proveen equipo tecnológico si hace falta. 

Pero también he visto a niños de preescolar jugar con los primeros compañeros de su vida, pequeños que comenzaron cantando el abecedario, siguieron con las sílabas y ahora escriben su nombre y leen sus primeras palabras. Niños que por primera vez con su puño y letra escribieron este 10 de mayo: “Te amo, mamá”. 

Este virus ha sido muy duro por donde se vea: más de 3 millones de personas en el mundo han muerto y miles estamos transitando por duelos. Entre quienes seguimos con vida la peor parte se la están llevando niños y mujeres, madres solteras, sobre todo. 

Los niños están pasando por zonas de desesperanza y depresión; los intentos de suicidio y muertes por suicidio han aumentado. La salud mental es otra pandemia y para esta no hay vacuna. 

En el caso de las mujeres, 35 millones en México tienen al menos un hijo, según el Censo de Población y Vivienda 2020. Y una tercera parte de los hogares son sostenidos económicamente por mujeres. 

Algunas han perdido el empleo, otras han disminuido horarios. No pocas se enfrentan a un mundo de jefes y patrones que exigen como si no hubiera una emergencia sanitaria, como si ellas no tuvieran que dividirse entre ser cuidadoras, maestras, terapeutas, proveedoras. 

Hoy, Día de la Madre, amigas mamás quisieran tener un día para ellas, un día para irse a un spa, un día para tomarse una cerveza y no hacer nada, un día para solo dormir, un día para ver series, un día para leer, un día para escribir, un día quedarse mirando la nada o al zapato. 

La apertura de la escuela es urgente, imprescindible, fundamental para la salud mental de todos. 

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jl/I