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Restaurar los ecosistemas y las formas de pensar

La ONU declaró el periodo 2021-2030 como el Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas. Pretende reunir al mundo para prevenir, detener y revertir la degradación de los ecosistemas a nivel mundial. 

En su declaración reconoce que los bosques, los pastizales, las tierras de cultivo, los humedales, las sabanas y otros ecosistemas en entornos urbanos necesitan urgentemente cierto nivel de protección y restauración, y que la actividad humana ha alterado casi 75 por ciento de la superficie terrestre, lo que ha empujado a la flora y fauna silvestre a un reducido rincón del planeta. También advierte que alrededor de un millón de especies de animales y plantas se encuentran en peligro de extinción. 

Pero ¿cuál es la influencia real de la ONU sobre los gobiernos que la conforman para que éstos cumplan con lo que se comprometen? En el contexto de la pandemia Covid-19, el mayor desastre sociobiológico de la historia, ningún gobierno le hizo el mayor caso. No veo cómo ahora habrá una respuesta diferente. 

Aunque no es novedoso, reconozco que la ONU tiene un diagnóstico claro del desastre mundial en que nos encontramos (concepto que no utiliza), pero encuentro una gran debilidad o error deliberado cuando afirma que esta situación es producto “de las actividades humanas”. Es decir, que todos quienes habitamos el mundo somos responsables por igual del desastre ambiental, encubriendo así, al no nombrarlo, al responsable principal: el modelo de acumulación de capital el cual, por donde pasa, deja una estela de destrucción de los ecosistemas. 

El diagnóstico de la ONU, sin problema, lo reconocen y hacen suyo los gobiernos, pues no están obligados a nada. Por ello son importantes las cosas, los sujetos y los procesos que se nombran, pero también los silencios, en este caso, respecto de los responsables del desastre. Por esta ruta podríamos asegurar que se llegará a 2030 no sólo sin ecosistemas restaurados, sino en peor estado. 

Aunque el problema es global nos corresponde pensar e interactuar en y con este ecosistema-territorio que habitamos llamado zona o área metropolitana de Guadalajara, donde aquello por restaurar resulta abrumador. Llevamos mucho retraso porque los daños iniciaron justo cuando los procesos de industrialización y urbanización comenzaron a fracturar, devastar y contaminar nuestro gran ecosistema inmediato integrado por el lago de Chapala, la Barranca y el río Santiago, el cerro Viejo, la laguna de Cajititlán; los manantiales Los Colomitos, el lago Agua Azul y el río San Juan de Dios (extinguidos hace mucho) y el racimo de bosques de la parte norte de esta conurbación que tiene aún como corona al bosque La Primavera. Los bosques y el río Santiago en los últimos años han sido sometidos impunemente a las mayores agresiones de la historia. El desarrollo y el progreso han dañado severamente a esta constelación de bienes naturales. De hecho, ninguno de ellos está sano y, por tanto, nosotros tampoco. 

No dudo que los ecosistemas puedan ser restaurados. Mi duda es que esto sea posible dentro de este sistema caracterizado por su capacidad depredadora e insaciable. En torno a esta problemática es necesario debatir con profundidad. Yo difiero de la racionalidad que entiende la restauración sólo como la implantación de “buenas prácticas” ambientales, pero sin emanciparse de la racionalidad cientificista, tecnológica, económica y jurídica de la modernidad capitalista. Justo la que nos ha llevado a este desastre. 

Los retos para seguir sustentando la vida en este ecosistema donde nos tocó vivir son muchos y urgentes. Creo que la restauración de los ecosistemas es improbable si no hacemos lo propio con nuestro pensamiento y formas de hacer, para construir otras racionalidades ambientales. 

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jl/I