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La neopequeña burguesía

Las generaciones milenial y centenial desconocen los enemigos ideológicos –objetos de fobias y odios– a los que los baby boomers enfrentaron en los años de juventud: el imperialismo yanqui; ahora el enemigo es el neocolonialismo, la globalización o el neoliberalismo. También ha caído en desuso el concepto de “pequeña burguesía”, que se usaba para insultar a enemigos ideológicos y era parte de la jerga de los militantes de movimientos izquierdistas, en especial a quienes se identificaban con los textos del materialismo histórico. 

Marx definió el concepto de forma ambigua: es para describir una clase inexistente o de dudosa consistencia; era más bien una “clase transicional”, dado que la teoría marxista sólo concebía dos clases en el capitalismo: la burguesía y el proletariado. Si bien algún tiempo la pequeña burguesía estaba integrada por artesanos, pequeños comerciantes, empleados y profesionistas, no tenía una importancia decisiva en la lucha de clases y estaba destinada a desaparecer. 

Sin embargo, con su individualismo, sin conciencia de clase, con adhesión a la propiedad privada, la despreciada pequeña burguesía se sobrepuso al aparente destino fatídico en la historia y llegó a convertirse en una verdadera clase social no sólo inextinguible, sino protagonista, que posteriormente fue concebida por la sociología como la “nueva clase media”, con todos sus atributos y simbolismos; esa misma que en los últimos días está en boca de todos y como centro de controversias. 

Luego de las elecciones del 6 de junio pasado y la pérdida de un bastión histórico de la supuesta izquierda mexicana, se desconoce que los habitantes de la Ciudad de México han sido un sector de la población mexicana determinante para sus persistentes triunfos electorales desde que, en 1997, Cuauhtémoc Cárdenas fuera elegido jefe de Gobierno del Distrito Federal, siendo las clases medias determinantes para su triunfo electoral. Desde entonces, dicho segmento de ciudadanos capitalinos ha sido protagónico para los triunfos, primero del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y luego para Morena. Sin embargo, ganar solo en siete de las 16 alcaldías y perder la mayoría absoluta en el Congreso de la CDMX es doloroso para Morena. 

Las excusas no se hicieron esperar, tanto del presidente López Obrador como de Claudia Sheinbaum, esta última atribuyendo a “una campaña muy fuerte de desprestigios”. Sin embargo, el presiente culpó a la clase media capitalina de ser “muy individualista, que le da la espalda al prójimo, aspiracionista, que lo que quiere es ser como los de arriba y encaramarse lo más que se pueda, sin escrúpulos morales de ninguna índole”, partidarios de “el que no transa, no avanza” que “apoyan a gobiernos corruptos”, entre otros epítetos. 

Aspiracionista es un nuevo calificativo incorporado para fustigar a sus oponentes, políticos o no, aunque con ello se autocalifica por haber aspirado a la Presidencia por 18 años y no cejar en su intento; es el mejor ejemplo de que, si se persevera, se puede, como aquella frase setentera de Og Mandino: “Persistiré hasta alcanzar el éxito”. 

Pero lo más hilarante es su intención de constituir “una nueva clase media, más humana, fraterna y solidaria… más conscientes y politizados”. Su estrategia: regalar dinero del presupuesto y sacar a millones de la pobreza; un serio problema porque, en lugar de ir a la baja, el número de pobres recién ha aumentado entre 8.9 y 9.8 millones en México (Coneval): no hay dinero que alcance para ello, en especial si viene de la cada vez más exprimida neopequeña burguesía. 

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