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Las clases sociales y la pobreza

En su juventud, el presidente seguramente leyó Mitos y fantasías de la clase media en México, de Gabriel Careaga, al acusarla como aspiracionista, egoísta, clasista, racista, conservadora, manipulable e ignorante, lo que hizo pensar a los analistas que fue una expresión por considerar que, como clase, votaron contra su proyecto de tetratransformación. 

Para muchos fue una ofensa este comentario del presidente al calor de los resultados electorales en la CDMX. Sin embargo, la discusión a lo largo de los días ha hecho surgir una reflexión más amplia sobre la situación social y económica de las clases sociales en nuestro país. 

Así, puso en la mesa de la discusión las características de las clases sociales, como la llamada eufemísticamente clase “baja-baja”, constituida por los siguientes sectores de la población: los inmigrantes, los comerciantes informales, los desempleados y las personas que viven solo con la asistencia social. 

Una segunda clase social es denominada “baja-alta”, que realiza los trabajos más pesados y un sueldo mínimo a cambio, compuesta por 25 por ciento de la población. 

La tercera clase social según el gobierno federal, con ingresos no sustanciosos, pero estables, definida como “media-baja”, ocupa 20 por ciento de la población, con 22.4 millones de ciudadanos, integrada por oficinistas, técnicos, supervisores y artesanos calificados. 

La cuarta clase social es “media-alta”, en la cual entra 14 por ciento de la población, con 15.7 millones de ciudadanos, entre ellos, profesionistas y pequeños empresarios. 

La quinta clase social reconocida por las autoridades mexicanas es la clase “alta-baja”, en la que encaja 5 por ciento de los habitantes del país, es decir, 5.6 millones de personas. Este estrato social está compuesto por familias cuyos “ingresos económicos son cuantiosos y muy estables”. 

Por último, la sexta clase social reconocida por las autoridades mexicanas es la clase “alta-alta”, integrada por 1 por ciento de la población. 

En este contexto se da el exabrupto del presidente al expresar que la clase media capitalina es “muy individualista, que le da la espalda al prójimo, aspiracionista, que lo que quiere es ser como los de arriba y encaramarse lo más que se pueda, sin escrúpulos morales de ninguna índole”, partidarios de “el que no transa, no avanza” que “apoyan a gobiernos corruptos”. 

Lo que también llama la atención es su declaración de que es necesario convertir a esta clase media, con la intención de constituir “una nueva clase media, más humana, fraterna y solidaria… más conscientes y politizados”. 

Si atendemos a la clasificación anterior, el presidente y su familia se ubican en la clase media-alta, al percibir el presidente un ingreso neto mensual de 112 mil pesos mensuales, y si le sumamos los ingresos que tiene su esposa, quien es investigadora universitaria, el ingreso de su hogar probablemente sea de 150 mil pesos mensuales. 

Sin duda que uno de los grandes temas es el combate a la pobreza, y nuestra actitud ante ella como ciudadanos. Se da el reconocimiento que este gobierno les transfiere en apoyos a los pobres la cifra de 700 mil millones de pesos. Para muchos, por fin se está operando a favor de los que menos tienen. 

Pese a los tropiezos e improvisaciones para muchos analistas los errores de la 4T son preferibles que los errores de sexenios anteriores, porque al menos se hace algo sobre la deuda moral que se tiene con los “de abajo” como les llamaba don Mariano Azuela. Y la verdadera pregunta que debemos hacemos como sociedad es realmente cuánto nos importan los pobres. 

Sin embargo, no hay nada deshonesto en pertenecer a la clase media, en tener títulos universitarios o en poseer aspiraciones para mejorar la situación propia y de la familia. 

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jl/I