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Regreso al aula: temor y gusto

El retorno a las clases presenciales a partir de ayer ocurrió entre dos emociones: el temor de los adultos al coronavirus y la alegría de los niños y adolescentes de reencontrarse con sus compañeros y profesores. Los primeros, con el miedo fundado de que el regreso a los planteles de educación básica empezó en medio de un punto crítico de la tercera ola de la pandemia, con sus muertos y contagiados, en Jalisco y otras entidades, lo que supone un riesgo para los alumnos, los profesores y el personal vinculado a la educación. Todo, con una paradoja social no atendida por las autoridades: las escuelas podrán mantener los protocolos y filtros sanitarios, pero el traslado a los centros educativos implica una masiva movilización y en el transporte urbano es enorme la posibilidad de contagiarse. Los pasajeros van apretujados en las horas pico. Imposible la sana distancia. 

Los segundos, los niños y niñas que contaron con el aval de sus padres o tutores, vuelven con la alegría que significa conversar, abrazar, jugar y aprender en el aula, sin las dificultades y limitaciones de hacerlo virtualmente y que enfrentaron en el encierro en sus casas. Las escuelas, como segundos hogares, son un espacio de recreo, convivencia, aprendizaje, libertad y sentimiento de comunidad, que se vino abajo desde el confinamiento obligatorio. 

En los adultos predominan los atemorizados por razones válidas, comprensibles y sustentadas. Unos, porque ellos o alguien cercano ya albergó en sus cuerpos al virus, con efectos que van desde molestias leves hasta daños graves o la muerte. La mayoría de los mayores de 18 años de edad conocen las repercusiones dañinas de la pandemia. Los riesgos no solo están en la calle, sino en los lugares con grupos o concentraciones de personas, incluidos los hogares. El temor de los adultos, sean padres de familia o trabajadores de la educación, o ambos, es de alerta ante la pandemia. Hay que atender ese foco rojo interno. 

Que la población menor de 18 años de edad tenga poco riesgo de ser víctima de Covid-19 (pues la probabilidad de enfermarse gravemente es de 0.004 por ciento, con casi nula probabilidad de morir por esta enfermedad, como ha asegurado la Secretaría de Salud federal), no es consuelo para la mayoría de los padres de familia. De ahí que unos no enviaron ni enviarán a sus hijos a las aulas, no lo harán ni en la modalidad educativa híbrida y decidieron que sus vástagos aprendan en sus casas. Y se mantendrán firmes hasta que los niños y niñas no sean vacunados. 

Los padres y madres de familia enfrentan no solamente el riesgo de que sus hijos se contagien. Al comenzar los ciclos escolares, también deben resolver el pago de cuotas escolares; la compra de libros, uniformes y calzado; la adquisición de útiles y lo que les pidan en los planteles, en un contexto de difícil situación económica para la mayoría. Se suma que requieren avituallarse con cubrebocas y gel antibacterial, y apoyar en la limpieza de salones, baños y patios, luego de que las escuelas suelen disponer de solo una persona de intendencia por turno. 

En tanto, al personal docente se le ha acumulado el trabajo. Deben diseñar estrategias educativas y producir materiales para las clases presenciales y virtuales; atender a los que van al aula y a los enlazados vía alguna plataforma, y estar atentos a las mínimas señales de que sus alumnos presenten síntomas probables de Coronavirus. El peso de sus tareas aumentó, sin ningún estímulo afectivo-emocional de los directivos, ni económico. Además de la formación académica, en México se necesitan una espalda fuerte, una mente tranquila y un corazón generoso para ser profe de educación básica. 

Twitter: @SergioRenedDios

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