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De informes, renuncias y destapes

No hay informes que no sean triunfalistas (los esqueletos se conservan a salvo en el armario), si acaso se arroba uno u otro dato negativo para procurar un dejo de autocrítica, pero sin exagerar. Los informes son para señalar lo que se hizo, no lo que se dejó de hacer. En tiempos pasados nos habíamos acostumbrado a las partes alícuotas anuales de cada sexenio: el pasado informe presidencial de gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) fue en realidad el décimo primero, adicionales a las insufribles mañaneras. 

El pasado informe es –constitucionalmente– el tercero, dado que la carta magna, en su artículo 69 establece la obligación de presentarlo anualmente para manifestar “el estado general que guarda la administración pública del país” ante el Congreso. Antes se consideraba este día como “el día del presidente”, tanto que incluso en ocasiones se suspendían clases para dar oportunidad para oír al primer mandatario los logros de su gobierno. Muy pocos lo hacían, por ser largos, tediosos y aburridos con datos y más datos. 

Después los presidentes dejaron de ir al Congreso y el secretario de Gobernación solo acudía al recinto parlamentario a entregar los volúmenes repletos de datos y, por su parte, el jefe del Ejecutivo emitía un mensaje político y así ha venido siendo desde entonces. Este año no es la excepción (igual que el segundo, con pandemia). 

Lo relevante del tercer informe es que acontece después de las elecciones intermedias, donde cambia la relación de fuerzas de la Cámara de Diputados, y se da el banderazo de salida a la carrera presidencial. En el primer caso pueden ocurrido dos cosas, dependiendo del desempeño gubernamental: o se recuperan escaños o se pierden mayorías. Como lo primero no ocurrió, se habrán de modificar las estrategias necesarias para negociar con la oposición la aprobación de las iniciativas presidenciales, las cuales ya no podrán decretarse “sin moverle una sola coma”. 

Con relación al inicio de la pugna por el trono palaciego, tanto en el partido en el gobierno como en los de oposición se empiezan a mover las piezas para acomodarlas para la inminente sucesión presidencial. Si algo hay que reconocerle a AMLO es que, con singular entusiasmo, ha zarandeado las prácticas tradiciones con su estilo sui géneris de hacer política. Por ejemplo, ha recuperado prácticas políticas setenteras con un toque personal: una de ellas fue resucitar el tapado destapado, con lo que confirma que no solo es jefe de Estado (y de gobierno), sino también de partido. Sus corcholatas ya están suspirando, pero la que más suspira es Claudia Sheinbaum (el nuevo secretario de Gobernación, Adán Augusto López, será el operador). 

La gestión de AMLO ha estado aderezada de varios cambios polémicos en su administración estos tres años. Los reacomodos en el gabinete son por varias razones: por no estar de acuerdo con la política presidencial, por tener conflictos con otros miembros de primer círculo de AMLO, por mostrar deficiencias en su desempeño, por querer lucir más que el jefe, por buscar cargos de elección popular y otros que no se sabe el motivo. El más reciente, el del consejero jurídico, Julio Scherer, cae en este último supuesto. 

En resumen: uno, el informe se desvirtuó por adjudicarse tres logros que nada tienen que ver con su gestión: los récords históricos en las remesas, en la bolsa de valores y en las reservas del Banco de México; dos, de seguro habrá más reacomodos en el gabinete; y, tres, las patadas debajo de la mesa entre los suspirantes serán más intensas (entre corcholatas y no corcholatas). 

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jl/I