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México no es comunista; Vox sí es fascista

Como dicen en mi rancho, están viendo y no ven. En el PAN no aprenden la lección, siguen perdidos y aturdidos; pareciera que sus estrategias políticas las hacen aliados o infiltrados de López Obrador, como afirma Soledad Loaeza, refiriéndose a Julen Rementería, líder de la bancada panista en el Senado. 

Parece que no se dan cuenta de que en las confrontaciones como la que acaban de propiciar casi siempre saldrá victorioso AMLO, porque más que logros y resultados de gobierno, lo que tiene de sobra es discurso y capacidad para la arenga política, máxime si a quien le traen de contrincante es un señorito, español, rico, empresario, “combatiente del comunismo”, xenófobo y ultraderechista. Es decir, un fifí hecho y derecho. 

El escenario es inmejorable para un presidente que sigue con una aprobación de más de 60 por ciento, debido, principalmente, a que su versión de la historia y de la realidad del país concuerda con la de la mayoría de la gente de este país. 

Desde su autoexilio en Atlanta, Ricardo Anaya comenzaba a generar ruido y a ganar terrero, sus críticas al tercer informe y sus denuncias, legítimas, a la forma tan burda en la que el gobierno de la República ha usado su caso comenzaban a hacer eco en la opinión pública. Pero Anaya no contaba con la astucia de los senadores de su partido, que compraron encantados la idea de reunirse con Santiago Abascal, líder de Vox. 

Días después del desastre, Santiago Creel Miranda salió al quite y aseguró que ellos no tenían ninguna relación institucional con el partido ultraderechista y que la Carta de Madrid sí fue firmada por algunos panistas, pero a título personal. Creel intentaba apagar un fuego que ya tenía días expandiéndose y causando graves daños dentro del redil blanquiazul. No lo logró. 

La nueva lección para el PAN y para los grupos de la sociedad civil mexicana que siguen empecinados en derrocar al régimen del dictador López Obrador se reduce a dos hechos muy concretos: México no es un régimen comunista como lo afirma el líder de Vox (y el de Frenaaa); mientras que, en cambio, Vox sí tiene su origen en la extrema derecha, en el fascismo, el franquismo y la simpatía por los regímenes católicos y militares. 

Así, el PAN se hizo un nuevo harakiri, echó por la borda cualquier posibilidad de mostrarse como una posibilidad democrática, abierta, pluralista y contraria a cualquier forma de totalitarismo y, en cambio, fortaleció la versión de AMLO: son conservadores, y de los peores. Para hacerle frente al dictador mexicano, el PAN optó por traer a un personaje que simpatiza con las dictaduras. 

Si bien es cierto que en un régimen democrático como en el que vivimos todas las expresiones tienen derecho a manifestarse y a hacer acuerdos públicamente, sean de izquierda o de derecha, incluso del sector radical, también lo es que hay ideologías y preceptos con los que la democracia no puede, ni debe, conciliarse, por ejemplo, la xenofobia, el racismo y los movimientos antinmigrantes. Tres de los principales atributos de Abascal. 

El nuevo error político del PAN se alimenta de una obsesión no tan nueva, suponer que las y los mexicanos vivimos aterrorizados con la idea de convertirnos, de la noche a la mañana, en Venezuela o en Cuba. Creo que al grueso de la población de este país nos queda claro que el gobierno de AMLO no es comunista, podrá ser malo, deficiente y demagógico, pero comunista no. 

Estos dislates de Acción Nacional no son una buena noticia para nadie, pierden ellos, en primera instancia, pero pierde también nuestra vida pública, a la que, por cierto, le urge una oposición razonable, equilibrada y con un proyecto político y social viable para las condiciones actuales del país. 

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