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La coreografía de la simulación

A propósito del 21 de septiembre, día mundial de la paz 

 

En México vivimos bajo una coreografía, particularmente en un tema: la (in)seguridad. El presidente de la República y las y los gobernadores simulan tener el control del territorio en el que mandan, hacen como que trabajan en el asunto y montan sus discursos en todos los temas, excepto en éste. Presumen la efectividad de sus decisiones, los beneficios de sus programas, las obras públicas de carácter “histórico” que emprenden, lo transparente que son sus gobiernos. De las muertas y muertos que hablen otros. 

Nunca mencionan la sangre que corre todos los días y si lo hacen es porque las circunstancias o algún periodista impertinente los obliga. Está claro que pueden hacerse cargo de algunas cosas, por ejemplo, poner un puente, construir una presa o un aeropuerto, entregar útiles o becas a estudiantes, tapar baches, pero no pueden proteger la vida de los que pasarán por ese puente, ni de los estudiantes que recibirán esos beneficios, ni de los viajeros que transitarán por una terminal aérea; así de absurda es nuestra realidad, así de surrealista es nuestra vida pública. 

Hace unos días, en Salamanca, después de que un empresario y su gerente murieran al abrir un paquete “sorpresa” que contenía explosivos, Andrés Manuel López Obrador afirmó que “en el estado de Guanajuato, más que en otras partes, han empezado a utilizar explosivos para cometer crímenes y tratar de crear terror”. El presidente pidió que no se politizara el asunto y dijo que se castigará a los responsables. El narco les exigía 50 mil pesos semanales a los hoy occisos, cuyos restos volaron hasta el camellón central de la avenida donde estaba su negocio. ¿De qué habla el presidente cuando pide no politizar el asunto? ¿A qué se refiere cuanto dice que tratan de crear terror? 

En México el terror ya vive entre nosotros, tiene cifras, pero carece de rostro, nombre y familia. Aquí las y los muertos se etiquetan como productos de desecho y la impunidad habla por sí misma: es altamente probable que no haya culpables, que nunca se castigue a nadie y que no se sepa quién mató al empresario de Salamanca o quiénes perpetraron los 36 mil 579 homicidios registrados en el país tan sólo en 2020. 

Por ejemplo, aquí en Jalisco hay 5 mil 738 cadáveres sin identificar y la discusión pública es si hay o no una crisis en el Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses, es decir, el debate está puesto en la capacidad del estado para recibir y almacenar cadáveres y no en su capacidad para impedir que haya más asesinatos. Insólito, pero real. 

En México las autoridades y los políticos se indignan cuando algún medio o periodista impertinente los cuestiona sobre la violencia, y no es para menos, saben que están rebasados y que sus aparatos institucionales son insuficientes para hacer frente al poder de los “malos”; hablar del tema es aceptar una derrota que no hay forma de revertir y que no están dispuestos a cargar. 

Está claro que López Obrador no tiene y nunca ha tenido una estrategia para afrontar el problema más grave que padecemos como sociedad desde hace décadas. Cuando se refiere a los números y los brutales hechos que se presentan todos los días, luce como un espectador más, un ciudadano común y corriente que muestra su pesar y su asombro ante las cada vez más sofisticadas “técnicas” que implementa el crimen organizado. Si esa es la actitud del jefe supremo de las Fuerzas Armadas, qué nos espera a los demás. 

Señor presidente, gobernadores y alcaldes de México, es tiempo de aceptar, cuando menos, que somos una sociedad sometida a los designios del crimen y que el estado de derecho, la colaboración interinstitucional y la cultura de la paz no son más que poses muy forzadas de una coreografía gastada y, a estas alturas, de muy mal gusto. 

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jl/I