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El suicidio y las ideas preconcebidas

El miedo a infectarse de Covid-19, el confinamiento obligado para evitar los riesgos del contagio, así como los efectos económicos de la pandemia, como el desempleo y la falta de dinero para cubrir los gastos de hipotecas, rentas, colegiaturas y de alimentos, son algunos de los factores que han incrementado las tasas de suicidio en México. 

Según la Organización Mundial de la Salud, “el suicidio es un acto deliberadamente iniciado y llevado a cabo por un individuo con el conocimiento o la expectativa de que su resultado va a ser la muerte”. Un intento suicida, en cambio, puede tener o no a la muerte como el fin buscado. 

El Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi) informó que en 2020 se registraron 7 mil 869 casos de suicidio en nuestro país. Es la cifra más alta de los últimos 10 años, y llama la atención que mil 150 casos de suicidio se dieron en niñas, niños y adolescentes. Una cifra récord en México. 

La tasa de suicidios a nivel nacional es de 5.3 por cada 100 mil habitantes por año. En Japón y Estados Unidos es entre 15 y 16 habitantes. Argentina tiene una tasa de 11 suicidios por cada 100 mil habitantes. 

Resalta el crecimiento exponencial de llamadas de auxilio a las líneas telefónicas de las instituciones de salud mental y de atención en crisis desde el inicio de la pandemia. 

Según datos de los especialistas en salud mental, cada hora una mujer o un hombre están al borde del suicidio en México. Quienes buscan acabar con su vida son, en su mayoría, mujeres y 80 por ciento de los reportes se refieren a niñas y adolescentes afectadas por problemas de violencia familiar. 

El psicólogo Gerardo Martín Cruz señala que las personas que buscan ayuda se encuentran en la etapa de ideación del suicidio, la cual antecede a la planeación y ejecución del suicidio, y “esos son los momentos decisivos en los que es posible intervenir”. 

Hay un conjunto de creencias populares que nos llevan a minimizar el riesgo suicida que tienen las personas en estado de depresión. 

“Quien dice que se va a matar, no lo hace”. Sin embargo, la mayor parte de los suicidas, 70 por ciento, comentan a sus familiares o al médico su proyecto suicida semanas antes de consumarlo, por lo tanto, hay que tener en cuenta que no es cierto que quien dice que se va a matar no lo hace. 

“Es joven, ya se le va a pasar la depresión”. La realidad es que durante la pandemia aumentaron las tasas de suicidio entre los jóvenes de entre 15 y 24 años. No es verdad que la depresión en los jóvenes sea benigna. Es tan grave como en otras edades de la vida. Los rasgos de personalidad que se encuentran entre los jóvenes suicidas son hostilidad, rabia, baja tolerancia a la frustración e impulsividad. 

“Los ancianos se acostumbran a la depresión”. A medida de que avanza la edad hay un mayor riesgo de suicidio. Los principales factores de la conducta suicida en los ancianos son síntomas depresivos, aislamiento social y rechazo familiar; deterioro económico, soledad, fallecimiento del cónyuge, enfermedades físicas y dolor crónicos, jubilación, sensación de inutilidad. 

Concluye el especialista Martín Cruz que es importante, en el entorno de familiar, laboral y de amistades, “escuchar con atención los síntomas, advertir los cambios profundos de actitud y estar alertas a las manifestaciones de depresión y desinterés por la vida: observar si hay la tristeza, llanto fácil, cambios en la conducta alimentaria, problemas de insomnio, o el estado de somnolencia constante”. 

Si escuchamos las expresiones explícitas de una persona de terminar con la propia vida no las podemos tomar a la ligera, siempre hay una rendija abierta para evitar la tragedia. 

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