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La corrupción: cáncer social 

A pesar de la extraordinaria y maravillosa riqueza natural de nuestro país, las y los mexicanos vivimos grandes, crónicos y crecientes problemas: la pobreza, la violencia, un sistema obsoleto de atención a la salud, un sistema educativo arcaico e ineficaz y, por supuesto, la corrupción y la impunidad. 

Estos problemas han sido pesimamente enfrentados y atendidos por las y los funcionarios y legisladores de uno y de otro partido político, quienes buscan culpar a otros cuando en muchos casos son los mismos en un partido en un momento y luego en otro partido en otro momento. 

En el caso de la corrupción y la impunidad, en 2014 se reportó que, según el Índice de Percepción sobre Corrupción que realiza Transparencia Internacional, México se encontraba en el lugar 105 de entre 176 naciones, es decir, entre los más corruptos.  

En datos más actuales, el ranking del World Justice Project (WJP) reportó en 2019 que México se encontraba en el lugar número 117… y ahora se encuentra peor. La semana pasada, WJP informó que este año el país tristemente pasó al lugar 135 de entre 139 analizados. 

El panorama revelado por WJP contrasta con la actual administración federal, presidida por Andrés Manuel López Obrador, y su partido político, los cuales han tomado como una de sus banderas el combate a la corrupción y la impunidad. Ambos han argumentado que “no son iguales que sus antecesores” y que ya no hay corrupción ni impunidad; sin embargo, los hechos dicen lo contrario.  

Muchos de sus funcionarios y legisladores fueron funcionarios o legisladores del PRI, PAN, PVEM, PRD y en su momento fueron acusados de corruptos. Pareciera que con solo cambiarse a Morena ya cambiaron sus principios y valores, desaprendieron mágicamente sus mañas y triquiñuelas, y ahora son honestos, responsables y eficaces por decreto. 

¿Qué dice la psicología sobre los corruptos? Son caracterizados como personas que identifican el éxito con el dinero; que tienen una moral heterónoma; que no tienen conciencia de que los bienes públicos no son de su propiedad; que están conscientes de que si negocian con el poder logran impunidad; que son hedonistas (se refleja en su estilo de vida), y que se sienten invulnerables y más inteligentes que los demás por lo que nunca serán descubiertos y castigadas sus corruptelas. 

Ante este escenario, podemos concluir que la corrupción no se combate y erradica con planteamientos y acciones ingenuas e ignorantes. Entre muchas medidas, habría que iniciar desde las educaciones familiar y escolar. 

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jl/I