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La paz es incompatible con las armas

El atestiguamiento de disparos es algo común en Guadalajara y los municipios que la rodean. Dependiendo del lugar, entre tres y seis de cada diez personas han identificado con frecuencia ese tipo de actividades cerca de sus casas, según datos de la última Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (Ensu).

No sólo son frecuentes, sino que lo son más que en el resto de México, cuyo promedio de atestiguamiento es de 37.6 por ciento. En Tonalá, la proporción es de casi 60 por ciento; en San Pedro Tlaquepaque, casi 56; en Guadalajara, casi 40 por ciento. Sólo en Zapopan y Tlajomulco de Zúñiga es inferior el porcentaje, con 30.5 y 37 puntos, respectivamente.

La encuesta lo aborda como una incivilidad, pero cotidianamente los disparos de armas están relacionados con hechos delictivos. Ejecuciones de personas en lugares públicos y privados que retumban con múltiples detonaciones, asaltos cuyas víctimas se resistieron a los delincuentes, tiroteos de grupos delictivos entre sí o contra policías y soldados, venganzas por problemas vecinales, incluso altercados viales que se tornan conflictos violentos. Uno no puede exponerse a un desacuerdo porque la contraparte puede traer fusca.

A veces me despierto por la noche y trato de convencerme de que algún vecino está tronando cuetes. A veces escucho tronidos avanzando por la calle y me digo que ha sido el escape de alguna carcacha. También me digo que podrían ser sólo disparos al aire y que la resistencia por rozamiento del proyectil disminuiría su potencial letalidad para una persona que esté hipotéticamente en la calle al final de su trayectoria. Pero sí me acecha el temor de que mis razonamientos físicos estén equivocados y que la bala caiga en mí o en alguien de mi familia. O mínimo, la zozobra de que al asomarme me encuentre con una persona tirada ahí afuera porque le dispararon o le cayó el proyectil que burló mis cálculos de aceleración, parábola y resistencia.

Ahora que escribo al respecto, me asalta la duda y pregunto a San Google cuál es el comportamiento de un proyectil de arma de fuego disparado al aire. Me da un resultado que inicialmente me sosiega. En un texto publicado en stockarmas.com, Diego Casais explica que, sin importar la distancia que alcance una bala al ser disparada en perfecta vertical hacia arriba, un efecto denominado velocidad terminal impediría que una munición de calibre 9 milímetros alcance una velocidad mayor a 47 metros por segundo y que, para que un proyectil sea letal, debe tener una velocidad de más de 100 metros por segundo. Razona que el granizo puede ser más pesado que una munición y que no es letal porque el efecto de velocidad terminal reduce su aceleración hasta alcanzar una velocidad máxima que no lastima.

La cosa es que la verticalidad perfecta es teórica. En realidad, los disparos tienen trayectorias parabólicas. Mientras menos verticales son los ángulos de disparo, la gravedad de la tierra produce una menor desaceleración. Entre los 90 y los 80 grados, los proyectiles producirían cuando mucho un chichón, pero bajando hacia 50 grados son potencialmente letales y con una menor inclinación, lo son completamente.

El peligro existe entonces y por ello hay campañas en todo el mundo para desincentivar los disparos. En México es un derecho la posesión y el uso de armas de fuego, pero son ilegales sin un permiso oficial. El Ejército tiene un programa de acopio y destrucción de armas sin licencia, pero hay un mercado negro muy accesible y es posible encontrarlas en Facebook. Yo prefiero no hacer uso de ese derecho porque estoy convencido de que la paz es incompatible con las armas.

Twitter: @levario_j

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