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Cállate y vámonos

En general, en las personas que rondan los 50 años y más hay un ejemplo arraigado sobre la autoridad de sus respectivos padres. Seguro hemos escuchado alguna vez a nuestras madres o tíos, e incluso a nuestros abuelos decir que en sus tiempos bastaba con que sus padres les hicieran un gesto o les soltaran una simple palabra para comprender que debían obedecer sin chistar o dejar de hacer lo que estaban haciendo en el momento. La palabra o el gesto ese eran ley y pobre de quien, niño o adolescente, o hasta ya adulto, no atendiera lo que esa figura le indicaba u ordenaba. “Si no hacíamos caso, en la casa nos iba peor”, los he oído. “Cuando no nos poníamos en paz, nos daban unos buenos golpes o nos castigaban”. 

“Fernando, no te enganches”, dice entonces el gobernador Enrique Alfaro Ramírez. “¿Sabes qué? No des entrevista, hoy no hay entrevistas. Siempre jalo con los medios, doy entrevistas y todo, pero hay quien viene nada más a reventar”. Fernando es secretario de Salud estatal. Sigue la orden de su jefe con una sonrisa que se adivina a pesar del cubreboca y que delatan las arrugas alrededor de sus ojos. “Muy bien, zas”, contesta el funcionario de primer nivel. Da la vuelta y emprende la huida, con el mandatario, su patrón, a las espaldas, quien sigue despotricando mientras avanzan. 

El enojo de Enrique Alfaro, para no variar, fue con la prensa. Le molestó que Rocío López Fonseca, una destacada periodista con una amplia trayectoria y dedicada a temas de salud, cuestionara a Fernando No Te Enganches Petersen Aranguren sobre la falta de medicamentos. 

“Reventar”, dijo el gobernador forjado en la vieja escuela de dar una orden con solo una palabra o un gesto. “Reventar”, esa palabra tan usada en el lenguaje porril y gubernamental como sinónimo de frustrar, de impedir, casi siempre de modo violento y descarado, que algún encuentro, asamblea o reunión se lleve a cabo. “Reventar”, como si Rocío hubiera actuado con amenazas, hubiera intimidado a esos pobres funcionarios que hacen el favor de atender a la prensa, hubiera puesto en riesgo con su cámara la integridad de Fernando o de Enrique. 

No me gustaría ser Petersen Aranguren, debo confesarlo. Aunque su actitud es por demás descortés, al final debe rendir cuentas a quien le paga y lo contrató –aunque en realidad les pagamos nosotros a ellos, a los dos, con nuestros impuestos–. Lo que manda el jefe, eso se hace. Más frente a los medios, esos enemigos con consignas terribles que no se han cansado de golpear al gobernador desde que puso un pie en el edificio de Corona. No vaya a ser que Fernando o cualquier otro de los funcionarios decida contestar las preguntas que le hacen y desate los enojos apenas contenidos del habitante de Casa Jalisco. 

Fernando Petersen tiene una trayectoria que data de los años 80 del siglo pasado. Basta con revisar su currículum oficial para saber que su trabajo no tiene menos de tres décadas. En el ámbito público también lleva un buen tramo recorrido. Con ese bagaje, bien podría estar dedicado a la práctica privada con mucho éxito, sin necesidad de aguantar órdenes y desplantes de su jefe inmediato, frente a los medios, donde no puede poner un límite, responder o manifestar su inconformidad. 

Por otro lado, Rocío López Fonseca expresó en redes sociales su malestar por lo ocurrido, esta petulancia que es sólo una muestra más de la violencia profesional de la que es víctima la prensa crítica, pero en particular las mujeres periodistas, a quienes por años les costó ser consideradas y reconocidas dentro y fuera del gremio (batalla que, por cierto, continúa). 

El gobernador es ese papá del que los tíos y las mamás hablan. Ese hombre que con un gesto o una palabra te mandaba y, si no hacías caso, lo pagabas con creces llegando a la casa. 

Por cierto: también las personas revientan por no soportar la presión… 

Como maíz palomero. 

En el fuego. 

Twitter: @perlavelasco

jl/I