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Es tiempo de abrazar utopías

Fraccionamos el tiempo para abrir y cerrar periodos. Y con uvas a la mano, sidra o cualquier otra bebida, le dimos adiós a los últimos segundos de 2021. La cuenta regresiva es el mantra de la necesaria despedida. Es imploración al universo de que en estos tiempos otorgue una tregua, aunque sea pequeña, para festejar. 

¡Diez!... Empezamos a dejar atrás… ¡nueve!... lo que fue un ciclo difícil… ¡ocho!... doloroso para muchos… ¡siete!... que revolcó y marcó a la humanidad… ¡seis!... donde cada uno perdió quizá a un familiar, un amigo o un compañero… ¡cinco!... o seguramente conoció alguna muerte o muertes… ¡cuatro!... o, con menor o peor fortuna, resintió efectos dañinos de la enfermedad … ¡tres!... y en algún momento supo que podía partir… ¡dos!... o bien padeció el año con miedo al contagio y a ser hospitalizado… ¡uno!... pero ese segundo es de transición… ¡Feliz año!... Los sobrevivientes levantamos la copa… nos abrazamos… 

La pandemia de Covi-19 ocasionó en 2021 más sufrimientos. Con los estragos del virus se expandió el temor. Convertir el sufrimiento en dolor, para al menos disminuir sus efectos; encontrar los mensajes que comunica esa enfermedad; identificar las enseñanzas que aporta al cuerpo y a la mente; reencuadrarla en medio de la apariencia de no tener salidas, es no solo sanar sino darle un mejor sentido a la propia vida, y tal vez reorientarla.  

Quizá falte que las lágrimas derramadas o contenidas limpien nuestros ojos para observar con mayor claridad la realidad que nos circunda. Porque las difíciles circunstancias continúan en este recién nacido 2022 y exigen visualizar nuevos futuros para construirlos. Son tiempos de abrazar utopías. O, si se cuenta con ellas, de reabrazarlas para fortalecerlas. Tal vez, incluso, se requiera imaginar utopías diferentes para explorar caminos distintos. 

Por fortuna, abundan en México los ejemplos de quienes van tras sus propias utopías. Los hallamos con sólo poner atención a lo que piensan, hacen y sienten. Porque las utopías requieren de autocompromiso; de una dosis alta de atrevimiento o rebeldía; de sólidas convicciones o, desde otra óptica, de fe a toda prueba, y de valorar cada pequeño paso que se da en el camino. Pienso en utopías que son alicientes saludables; es decir, que no lastiman a quien las impulsa ni a quienes lo rodean, ni a la naturaleza ni al mundo, que respetan los derechos humanos. 

A las utopías individuales, las que cada quien desee tener, habrá que sumarlas a las sociales, las que todos queremos impulsar. Porque entre las enseñanzas de la pandemia destaca que nadie se sana solo. Siempre necesitamos a alguien. Cuidarse uno mismo es, ya, cuidar a los demás. Y si los demás se protegen, aunque incluso no lo quieran, contribuyen a proteger al resto de personas. Somos habitantes del mismo planeta, y lo que suceda a uno afecta a todos, directa o indirectamente. Hasta los anacoretas requieren de otros. 

La pandemia de Covid-19 no es lo único que demanda abrazar utopías. Además de exigirle a las autoridades y a la clase política que cumplan sus responsabilidades, ¿cómo podemos apoyar a migrantes, familias con desaparecidos, niños y niñas maltratadas, mujeres violentadas, indígenas marginados, grupos empobrecidos? ¿Cómo empujar medidas para restaurar zonas devastadas ambientalmente o desterrar la impunidad, por ejemplo? La lista es larga. ¿Cuáles utopías requieren, ya, participación activa? 

Abrir la puerta a 2022 implicó sabernos merecedores de un mundo mucho mejor. Imaginar un país más solidario es una poderosa motivación. Para ir hacia allá, que cada uno abrace sus utopías y que comparta las que necesitan otros brazos, corazones y mentes. Quizá en el camino comprobemos que las utopías no lo son tanto. 

Twitter: @SergioRenedDios

jl/I