INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

Salvación

Veintidós meses de leer y de saber sobre personas con coronavirus no me prepararon para vivir en mí misma todos los malestares que conlleva estar contagiada.

Entiendo, desde mi perspectiva, que mis síntomas fueron un poco como el promedio. No fueron las ligeras o prácticamente inexistentes molestias que muchos tienen, pero tampoco, claro, la gravedad de sentir dificultad para respirar ni mucho menos terminar en el hospital a consecuencia del, como ya le llamamos familiarmente, bicho.

Pero da miedo. Al menos yo tuve miedo, lo reconozco. Tengo afecciones que bien podrían haber agravado mi situación, pero también son problemas de salud que atiendo con regularidad con mi médico desde hace cinco años. Pero nada te da certeza y saber que podría ponerme mal era una realidad cercana y que rondaba mi cabeza desde el momento en que sentía que algo no iba bien con mi cuerpo. Y la mente es poderosa y a veces nos juega malas pasadas.

Conozco mis malestares, que no son pocos, y sé cómo reacciona mi cuerpo con diferentes afecciones. Es lo bueno de estar atento siempre de lo que sientes, porque entonces cuando algo es distinto, te puedes dar cuenta de inmediato. Y así me pasó.

Las molestias llegaron súbitas un lunes por la casi noche. Sentí mucho frío de repente, más de lo común, comenzó un extraño dolor de cabeza y, a la vez, malestar muscular y ligera molestia en la garganta. Fue el dolor muscular el que llamó mi atención, porque jamás lo había sentido así, ni en los peores momentos de haber hecho ejercicio… pedí permiso para irme a casa y allí comenzó la reclusión.

Hoy, mientras escribo estas líneas, se cumplen los días dictados para la cuarentena del coronavirus.

Los tres o cuatro días que siguieron fueron insoportables. Los dolores de cabeza y del cuerpo alcanzaron niveles que en la vida había conocido. La tos, aunque esporádica, llegaba en oleadas que hacían retumbar mi cerebro y mis pulmones, para dejarme aún más aporreada. Había sido el martes cuando, mediante una PCR hecha en la UdeG (agradecida con mi universidad, como siempre) se confirmaba el diagnóstico.

Cuando hay este tipo de inconvenientes las personas podemos darnos cuenta de nuestras redes de apoyo, de todas esas personas que están a nuestro alrededor y, de una u otra manera, nos facilitan la vida o nos auxilian para poder seguir adelante. Y mi red es maravillosa.

Mi familia, mi pareja, mis colegas, mis amigos, mis jefes… de todas esas personas tuve apoyo, cercano o a distancia, para poder sobrellevar esta enfermedad que tardó en llegar a mí 22 meses desde que, a finales de febrero de 2020, se confirmó el primer caso de Covid en el país.

Mi mamá me recibió en su casa y me recluí en una recámara apartada del resto, pues en mi casa las condiciones eran un poco más complicadas y mi pareja no tenía síntomas de nada (y así transcurrió, por cierto).

Esta casa, cuando lo pienso, ha sido refugio de decenas de buenas noticias y celebraciones, pero también lo ha sido de enfermos y convalecencias. Aquí pasé la recuperación de mi cesárea (y primeras semanas de luto) tras la muerte de mi hija, hace más de cinco años ya; aquí, hace cuatro años, justo el 20 de enero, falleció mi abuela luego de largos meses de postración en cama y años de enfermedades. Aquí hemos venido a llorar penas y a enojarnos con la vida, hemos buscado apoyo y sombra, descanso y resguardo, tranquilidad y paz. Y lo hemos encontrado.

Casi dos años de leer y de saber sobre personas con coronavirus no me prepararon para vivir en mí misma todos los malestares que conlleva estar contagiada, pero siempre estuve segura de que, si llegaba ese momento, no estaría sola. Porque las redes nos salvan, nos animan, nos sostienen y nos dan perspectiva para seguir adelante.

A ellas, mi agradecimiento.

Eterno.

@perlavelasco

JB