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Partido de futbol, escenario de realidad nacional

Los eventos del sábado 5 de marzo en un encuentro de futbol transmitido por diferentes canales especializados en deportes súbitamente se convirtieron en testigos inesperados de un hecho de enormes proporciones. Transformaron la emisión de la justa deportiva por una situación de gran complejidad social, que las autoridades denominan un efecto de percepción porque, de acuerdo con los informes más recientes de autoridades de todos los niveles, los índices de violencia han bajado considerablemente.

Los sucesos en el Estadio Corregidora de Querétaro no pueden desmarcarse de un complejo contexto en el que la violencia ha formado parte del escenario nacional en las últimas semanas. Los asesinatos de siete periodistas en lo que va del año; al menos 17 personas, presumiblemente ejecutadas en San José de Gracia, Michoacán; la violencia permanente en Caborca, Sonora; en Zacatecas, la violencia que asola la zona de Jerez y Fresnillo, e inclusive las amenazas de muerte dirigidas a un funcionario norteamericano de la USDA-APHIS, quien se encontraba inspeccionando los envíos de aguacate destinados a la exportación hacia los EU.

La intensidad y brutalidad con la que se registraron los hechos del sábado 5 en Querétaro constituyen un evento del que no es posible deslindarse, y que ha sido uno de los pendientes de contención del problema, de todos los niveles de gobierno. Recientemente se hablaba de una contracción de delitos como resultado de las estrategias de limitación de la criminalidad en nuestro país en sus diferentes esferas. Sin embargo, la conjunción de hechos que nos toca evidenciar a través de la información y ahora, más recientemente, en los eventos del partido de futbol, definitivamente proyectan un nivel preocupante de incremento de violencia y de ausencia de intervención de las autoridades.

Las reacciones de diferentes medios de comunicación internacional expresan el asombro de los niveles de terror proyectados, así como la unánime desaprobación del fenómeno y la preocupación de los niveles que esto pueda alcanzar. Visto como hecho individualmente percibido, deja al margen el complicado contexto de inseguridad y de falta de políticas estructuradas que no se remitan exclusivamente a la reacción, sino al abordaje del problema social que tiene ya varias décadas de no llegar a puntos claros de corrección.

Por otra parte, el fenómeno que ha dado lugar el evento ha sido la masiva y casi inconmensurable información derivada de las vías más diversas que, en el marco de las emociones latentes sobre el problema, poco atienden a la definición clara del mismo y a una exacerbación de imágenes, impactantes la mayoría, pero en donde es difícil determinar la objetividad, no de la víctima, sino del entorno en el que se dieron las cosas. A partir del sábado mismo la proliferación de mensajes a través de diferentes plataformas digitales llegó en masa a los usuarios de redes. Las autoridades del estado de Querétaro tuvieron que intervenir también a través de las mismas plataformas. La rapidez de los eventos y de la reacción pública en redes puso a prueba las capacidades para afrontar, no siempre con éxito, el ritmo y evolución de las tendencias de opinión y datos que confrontaron las posiciones institucionales.

Queda palpable la necesidad de una revisión integral de las estrategias de seguridad en el país. La cantidad y calidad de los eventos recientes marcan una improrrogable urgencia de revisión de los programas institucionales de contención de los problemas que requieren una acción e intervención decidida y dirigida, porque la zona discursiva ya mostró su total ineficacia para abordar esta urgente intervención de políticas que le atañe resolver directamente al Estado.

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JB