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Fuimos todas

Este 8 de marzo miles de mujeres tomamos las calles manifestando que aquí seguimos y que no dejaremos de gritar hasta que las estructuras patriarcales y machistas que facilitan las violencias se erradiquen. La presencia de entre 15 mil y 20 mil personas en la marcha evidenció que las violencias, aunque parecen invisibles y quedan desatendidas, ocurren de manera sistemática y generalizada en contra de todas las mujeres. 

“Son décadas de repetirlo: nos están matando. No nos hemos cansado de gritarlo, pero siguen sin escucharnos. Aquí estamos de nuevo en las calles marchando por las violencias que nos atraviesan y nos hieren de frente todos los días”, compartió la Red Feminista #YoVoy8deMarzo en su pronunciamiento. 

Los rostros de las fotografías y los contenidos de las cartulinas recordaron la constante repetición de la violencia, la impunidad y la lejanía de lograr una transformación estructural en la cual las mujeres puedan gozar de justicia, seguridad e igualdad. La intensidad de la rabia, así como la acumulada tristeza e impotencia llevan a que cada año más mujeres ocupemos el espacio público, empujadas a buscar nuevas formas de accionar político ante un sistema que, hasta ahora, ha estado en contra de nosotras. 

Ante las cadenas de silencio y opacidad de las autoridades, pintar, rayar o destruir parecen ser las acciones que por lo menos incentivan alguna reacción institucional. La política pública en contra de la violencia ha estado llena de simulación con discursos vacíos y entregas de orquídeas moradas, en vez de contar con verdaderas acciones de prevención y acceso a la justicia. Parece que se ha prestado más atención a un vidrio destruido que a las vidas rotas de las mujeres, niñas y adolescentes. 

Históricamente, en vez de privilegiar los espacios de diálogo, se han priorizado los métodos de control social, represión, criminalización, intimidación o estigmatización de la protesta feminista, tanto de manera política y simbólica, como mediante el uso excesivo de la fuerza o la manipulación del sistema de justicia penal. Se ha buscado castigar a las mujeres por haber desafiado los estereotipos de género, al no quedarse en silencio en sus casas, y no actuar de forma pacífica y pasiva. Estas conductas con rasgos patriarcales han partido de un total desentendimiento de la realidad que vivimos las mujeres y la ausencia de voluntad para atacar de raíz lo que mantiene y ocasiona las violencias. 

Romper cristales y quemar edificios públicos nacen del hartazgo contenido, y constituyen un contraataque conjunto y representativo a fin de romper el silencio y no paralizarnos ante las desigualdades arraigadas que vivimos de manera cotidiana, para que el acceso a la justicia sea una realidad y que nunca más se cuestionen los derechos de las mujeres que sistemáticamente nos han sido negados. 

De igual manera, ha persistido una apuesta por desarticular y desacreditar la lucha de las mujeres, buscando la división y fomentando la reproducción de patrones de violencias en los espacios donde se pretende combatir las mismas. La lucha feminista suma diversas luchas y cuenta con múltiples rostros, y son las diferencias las que enriquecen el movimiento, no las que dividen. 

La marcha dejó también una imagen de humanidad y esperanza. Familiares de víctimas de feminicidio y de personas desaparecidas lloraron de emoción al escuchar con fuerza que su reclamo de justicia está acompañado por miles de personas. Estas lágrimas demuestran que tanto ellas como todas nosotras no estamos solas y resistimos en conjunto ante la escalada de violencia crónica que no cesa. 

Todos los derechos de las mujeres se han conseguido como resultados de persistente exigencia y manifestación social en construcción de un mundo compartido sin violencia, utilizando diversas técnicas para abonar a su vigencia. Los gritos y acciones de protesta nos unen y representan a todas en la búsqueda de justicia y seguridad, y nos recuerdan que, aunque como sociedad normalizamos cada vez más las estadísticas de violencia feminicida, no podemos permitirnos acostumbrarnos a su existencia y quedarnos calladas. 

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