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Yerro, cerrar las escuelas de tiempo completo

En la escuela primaria Mártires de Uruapan abundaban los ratos de algarabía. Uno, el ingreso siempre ruidoso de los alumnos, cargados de pesadas mochilas, y otro la salida del plantel entre risas, gritos, despedidas y prisas. También, la media hora de recreo era la oportunidad para salir corriendo del aula a jugar al patio, a las canchas o a guarecerse bajo un árbol o los pasillos a conversar. Y un momento especial era el dedicado al desayuno escolar. 

La mayoría de los niños y niñas esperaban ese rato. Con los estómagos vacíos, los que estudiaban en el turno matutino, sentados en sus pupitres, recibían las bolsas de plástico con el desayuno escolar. Un plátano, a veces mallugado o casi negro, lo cual con hambre no siempre importaba; un envase tetra-pack con leche; un mazapán, galletas o una palanqueta de cacahuate, y un sándwich. Todo frío, pero sabroso y nutritivo. Se estudiaba con la panza llena y el corazón contento. 

Las emociones están íntimamente ligadas a los recuerdos de los desayunos en las escuelas públicas. La mayoría de los ahora adultos rememora con placer la convivencia escolar repleta de anécdotas mientras comían a temprana hora, a veces poco antes del recreo. Los paquetes escolares contenían alimentos fundamentales en las escuelas públicas, donde muchas ocasiones, sobre todo en zonas marginadas del país, eran la única opción alimentaria para millones de niños y niñas. Los profesores de educación básica pueden dar testimonios de planteles de educación pública en que niños y niñas son enviados por sus padres sin ningún alimento; o lo que llevan de lonche es para una dieta pobre, y lo que pudieran comprar es chatarra. De ahí que los desayunos escolares siempre será una política pública que pone en el centro el interés por los pequeños estudiantes. 

Los desayunos escolares en los planteles públicos los empezó a ofrecer desde los finales de los 50 el Instituto Nacional de Protección a la Infancia, que antecedió a los DIF. En los 60 las familias pagaban 20 centavos por paquete alimenticio. Esa merienda y los contextos educativos cambiaron con el paso del tiempo hasta llegar en el año de 2007 al programa Escuelas de Tiempo Completo (PETC), impulsado por la Secretaría de Educación Pública (SEP). 

El programa fue bien aceptado por la población escolar, profesores, directivos y padres de familia. Ya no solo se ofrecía desayuno a los alumnos, sino también comida. Al mismo tiempo se les impartían talleres y apoyos educativos que reforzaban sus aprendizajes, estudiando hasta las cuatro o cinco de la tarde. Además, estaban protegidos en los planteles. Eso facilitó que madres y padres de familia pudieran laborar, estudiar o realizar otras actividades. 

El número de escuelas participantes en el programa fue creciendo. Eran más y más las solicitudes de incorporarse. En Jalisco llegaron a sumarse más de 900 planteles. Lo más lógico y deseable era que, con algunos cambios, lo continuara la actual administración federal. 

Pero no fue así. Con la crítica, cierta en muchos casos, de que los recursos federales no llegaban o llegaban poco a sus destinatarios, por los intermediarios, al PETC le fueron restando presupuesto. Finalmente, pese a las protestas, y sin un diagnóstico público, este año lo eliminaron. El programa, se anunció, quedaría integrado en otro, bautizado como La Escuela es Nuestra. Lo cierto es que el gobierno federal, con el aval de legisladores federales, lo cerró. 

En 2022 escasos planteles de Jalisco mantienen ese programa gracias a las aportaciones de padres de familia y el esfuerzo de directivos y profesores. Pero la mayoría de las escuelas se quedaron sin el apoyo. Los más perjudicados fueron niños y niñas de familias marginadas. Se trata de un tremendo yerro del gobierno federal. 

Twitter: @SergioRenedDios

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