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Que la evangelización nunca vuelva a ser colonización

En septiembre de 1989, el Festival Internacional de Cine de Vancouver presentó una película, dirigida por Bruce Pittman, titulada Donde vive el espíritu que cuenta la historia de una niña nativa que, a fines de la década de 1930, es secuestrada junto con otras personas de un pueblo de Kainai en el sur de Alberta para ser educada en una escuela residencial anglicana para niños indígenas. Esta escuela formaba parte de una red de centros de reeducación creada por el Ministerio Federal de Asuntos Indígenas del Canadá con el objetivo de integrar a las comunidades indígenas a la sociedad blanca anglosajona. 

La gestión de los centros de “asimilación” fue encomendada a las principales iglesias canadienses: la Iglesia católica, la Iglesia anglicana, así como los metodistas y presbiterianos que, en 1925, formaron con otras la Iglesia unida de Canadá. 

Fueron 139 las instituciones educativas que desde 1831 hasta 1996, por encargo del gobierno y de la sociedad canadiense de la época, recogieron y “reeducaron” a 150 mil niños y niñas de las poblaciones nativas, que significa la sexta parte de su población joven. 

En la actualidad, tanto las instituciones políticas como la sociedad civil han solicitado reiteradamente a las iglesias que administraban dichas instituciones a instancias de los distintos gobiernos del Canadá que expresen el pedido de perdón por parte de los obispos hasta el papa. 

El papa Francisco en una visita reciente de los pueblos inuit y métis, así como mestizos, no se acobardó y en el encuentro reconoció ante todo la sabiduría de los pueblos originarios, sus lazos generacionales y los múltiples frutos positivos como el cuidado del territorio, la memoria de los antepasados, el culto al Creador, la armonía interior y exterior, el sentido de familia, la lengua, la cultura y las tradiciones artísticas. 

En la audiencia con la delegación de representantes de los pueblos indígenas y la Conferencia Episcopal de Canadá en el Vaticano les dijo: “Siento vergüenza y tristeza, por el papel que han jugado muchos católicos, particularmente aquellos con responsabilidades educativas, en todas estas cosas que los han lastimado, en los abusos que han sufrido y la falta de respeto a sus identidades, culturas e incluso los valores espirituales. Todas estas cosas son contrarias al Evangelio de Jesucristo”. 

El papa pidió perdón e insistió: “La colonización os faltó al respeto, os arrancó a muchos de vuestro entorno vital y trató de conformaros a otra mentalidad. De esta forma, se ha hecho un gran daño a vuestras identidades y vuestras culturas, muchas familias han sido separadas y un gran número de niños han sido víctimas de estos intentos de imponer la uniformidad basados en la noción de que el progreso pasa por la colonización ideológica, siguiendo programas elaborados en las oficinas en lugar del deseo de respetar la vida de las personas”. 

El papa tuvo la oportunidad de escuchar los testimonios de los indígenas canadienses y les expresó: “A través de sus voces, con mucha tristeza en el corazón, las historias de sufrimiento, privaciones, trato discriminatorio y diversas formas de abuso sufrido por muchos de ustedes, particularmente en los internados”. 

Por la deplorable conducta de aquellos miembros de la Iglesia católica, “pido perdón a Dios y quiero decirles de todo corazón: lo siento. Y me uno a mis hermanos, los obispos canadienses, para pedirles perdón”. 

Argumentó que nunca se debe sacrificar la memoria del pasado en el altar del supuesto progreso, al inculcar un sentimiento de inferioridad, de hacer perder a alguien la propia identidad cultural, de desarraigarse, con todas las consecuencias personales y sociales que eso ha supuesto y sigue acarreando: traumas no resueltos, que se convierten en traumas intergeneracionales. 

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