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Cultura de la ilegalidad

El político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación 

Otto von Bismarck

 

Las decisiones que tomamos en situaciones complicadas ponen de manifiesto qué es lo que consideramos más valioso. Esto es particularmente claro en el caso de quienes se dedican a la política. 

En ese sentido, y siguiendo la reflexión de Bismarck, podemos asumir que López Obrador es un político más, y no un estadista, como sus seguidores quieren creer, porque sus decisiones están claramente enfocadas en asegurar el triunfo de su partido en las elecciones más inmediatas, haciendo lo que sea necesario, incluso violar la ley. 

Por ese motivo el presidente se niega a reconocer públicamente que su secretario de gobernación, al igual que otros funcionarios de su gabinete, violó abiertamente la ley, y públicamente desafió a la autoridad electoral, dedicando recursos públicos, como su tiempo y un avión del Ejército, a promover la ratificación de su mandato, pese a lo contundente de la evidencia. 

De hecho, la única explicación lógica para que al presidente y a su partido les interese tanto la promoción de un ejercicio que debería ser apartidista es que les servirá para ver con quiénes cuentan y qué capacidad de movilización tienen, en vistas a las próximas elecciones. 

Me parece que golpear al INE es un objetivo secundario, lo más relevante es saber en qué distritos necesitan fortalecer su maquinaria electoral. 

Como he comentado en este mismo espacio, el ejercicio del poder educa, y las personas que ahora son nuestras autoridades fueron educadas en un sistema en el que todo era válido con tal de conservar el poder, incluso violar la ley, y así aprendieron que quien tiene el poder no tiene necesidad de respetarla. Así se formó nuestra cultura de la ilegalidad. 

Por eso a algunos seguidores de López Obrador no les importó hacer fraude para recabar las firmas necesarias para echar a andar la revocación de mandato, y tergiversar su finalidad. De hecho, el INE encontró firmas de personas ya muertas, entre otras irregularidades. 

Si López Obrador fuera un estadista, o lo fuera quien dirige a Morena, se habría deslindado de esa situación tan vergonzosa, y habría dejado a su suerte a quienes hicieron esa trampa, pero como lo que les interesa es la próxima elección, entonces siguen adelante. Así que es probable que en las elecciones de junio de este año veamos a Morena cometer fraudes electorales, y a los seguidores del presidente justificar esas acciones porque desconfían del árbitro electoral. 

Desafortunadamente, esto fortalece la cultura de la ilegalidad que tanto daño nos hizo y nos sigue haciendo, y motiva a muchas personas a actuar de la misma manera cuando tengan la posibilidad de hacerlo. 

Paradójicamente, y pese a su anhelo de pasar a la historia, López Obrador no quiere pensar en la próxima generación, y hacer lo necesario para que nuestro país tenga reglas del juego verdaderamente parejas para todas las personas, aunque esa sí sería una verdadera transformación, una que acabaría con privilegios indebidos. 

Nota: al momento de redactar estás líneas en el Congreso del Estado de Jalisco estaban por votarse iniciativas de ley muy importantes en términos de derechos humanos: el matrimonio igualitario y la prohibición de las mal llamadas “terapias de conversión”. Espero que haya triunfado el respeto a la dignidad humana y se hayan aprobado, y que la actual legislatura nos dé por lo menos esa agradable sorpresa, y ojalá que lo hayan hecho bien, para no dejar abierta la posibilidad de que quienes no reconocen la dignidad de todas las personas las puedan impugnar. 

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Twitter: @albayardo

jl/I