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El legado de Rosario Ibarra, ruta a la paz

Una de las ejemplares aportaciones de doña Rosario Ibarra de Piedra, en su tenaz lucha por los derechos humanos, fue movilizarse por encontrar a todas las víctimas de desaparición en el país. Subrayo la palabra “todas”. No solo buscó a su hijo, ni únicamente a los familiares de las organizadas en el Comité Eureka u otros colectivos. Su postura fue incluyente. También abogó por policías y militares de los que nadie daba cuenta de su paradero; es decir, de elementos pertenecientes a fuerzas de seguridad responsables de muchas de las desapariciones forzadas. 

Abrió los brazos a todos y todas las necesitadas de apoyo para localizar al hijo, la hija, el padre, la madre, el hermano, la hermana, el sobrino, la sobrina, el abuelo o la abuela, quien fuera. No importaba si eran civiles o uniformados. Si tenían tal o cual ideología política. Si eran oficiales o tropa. Si eran o no parte de una institución represora o no. Antes que nada eran seres humanos. Eran personas. Eran mexicanos. El sufrimiento hermana a las víctimas arrojadas ilegalmente en un sitio; el dolor no distingue si es hombre o mujer, empleado o ama de casa, rico o pobre. 

Nadie está a salvo de ser desaparecido, incluidos los autores intelectuales y los operadores de secuestrar, torturar o asesinar personas. Hay numerosos ejemplos. Las élites gobernantes, especialmente las políticas y de seguridad, y los líderes de grupos delictivos premian y protegen a unos cuantos, pero no dudan en usar y desechar a la mayoría de quienes les sirvieron haciendo el trabajo sucio; en el caso de los primeros, a los que resultaron útiles en represiones políticas, envueltas en las autoritarias razones de Estado, y los segundos, a los secuaces fieles, dispuestos a cometer cualquier delito por atroz que sea. 

Exigir la aparición de todos, vivos y posiblemente muertos, recluidos en un sitio o enterrados en alguna fosa clandestina, contribuye no solamente a aliviar un poco el dolor de sus familias y amigos. Luchar por el conjunto de desaparecidos, como impulsaba doña Rosario, es uno de los caminos hacia la paz en México. Un país con casi 100 mil desaparecidos es un país convulso, lastimado, perdido. Una nación así, como la nuestra, navega en los infiernos; y de ellos pueden dar cuenta quienes ahí se encuentran o los han atravesado. 

Las desapariciones exhiben la debilidad de las instituciones, incapaces de localizarlos y de ofrecer justicia y verdad. Dejan ver cómo han sido suplidas en vastos espacios del país, lo cual niegan para no reconocer su ineficacia. La impunidad en las desapariciones muestra que el proclamado estado de derecho es una mentira. Lo grave es que México no podrá aumentar la tranquilidad social en tanto sea un territorio mancillado en sus entrañas por fosas clandestinas, centros de tortura, desapariciones forzadas y desapariciones cometidas por criminales. Ninguna democracia es tal cuando está encima de tumbas clandestinas. No hay democracia con desaparecidos, puntualizó desde hace décadas el Comité Eureka, que creó con otras madres y lideró doña Rosario. 

Apostarle todo a resolver las desapariciones es abrir una ruta a la disminución de los delitos y, por consiguiente, a reducir la inseguridad pública. Exige imponer los límites de la legalidad a los perpetradores, a los omisos, a los cómplices, a las redes de encubrimiento enraizadas en el aparato de seguridad y de justicia. Demanda esclarecer lo sucedido a quienes de pronto no se supo más de sus vidas. Localizar es aminorar la violencia. Es, mínimo, devolver algo de paz a corazones, espíritus y mentes carcomidas por el sufrimiento. Lo hizo doña Rosario al rescatar de cárceles legales y clandestinas a cientos de mexicanos para, como señalaba Eureka, “devolverles los soles que les habían robado”. Sigamos devolviendo soles. 

Twitter: @SergioRenedDios

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