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Basura

La basura, su manejo y tratamiento es otro tema urbano que ayuda a darnos idea de los proyectos de ciudad. Es tan importante que a través de él se ponen a prueba no solo las capacidades políticas, sino también científicas, tecnológicas y de sentido común, así como la disposición para encontrar o construir soluciones. La basura es una de las nocividades típicas que se producen en cantidades industriales en las conurbaciones, entendidas éstas como la forma de urbanización que sustituye a las ciudades, definidas como “el espacio público, el terreno común donde se dan las condiciones de una vida pública, allí donde los habitantes… pueden formular y defender un proyecto colectivo” (Amorós, 2017). 

En este sentido, Guadalajara en su versión metropolitana hace décadas que dejo de ser, una “ciudad amable” y desde luego, un espacio público donde los habitantes podamos no solo opinar, sino decidir sobre nuestro futuro. En las conurbaciones las decisiones, en muchas ocasiones argumentando tener sustento “científico”, los gobernantes y los poderes fácticos las toman verticalmente. Ellos deciden como modelar, como reordenar territorialmente la conurbación. Desde luego, siempre de acuerdo con sus intereses, siempre viendo a la conurbación como un “nicho de oportunidad” para algún proyecto de acumulación. Como se dice coloquialmente “no dan paso sin huarache” aunque afirmen que sus negocios, como el manejo de la basura, tienen un espíritu de responsabilidad social. 

¿Qué hacer con la basura que se produce en la conurbación? Es la pregunta reiterada hace algún tiempo. Más recientemente, desde que tardíamente caímos en la cuenta de que vivimos en la era de la crisis ambiental y el cambio climático, en algunos espacios y colectivos sociales la pregunta se reformulo para decir, ¿cómo hacer para no producir tanta basura en las ciudades? Mientras, desde las esferas estatales y privadas, amparados en el desgastado discurso del desarrollo sustentable, se planteó la idea de reciclar, de separar la basura para su mejor manejo. También se llegó a mencionar el paradigma “basura cero”. Nada de eso se sostuvo y se terminó privilegiando la idea tradicional de los vertederos sanitarios pretendidamente ecológicos y que la gente, perspicazmente, sigue nombrando como lo que son: basureros. 

Digo pretendidamente ecológicos porque hasta ahora, en sentido estricto, ninguno de los vertederos que tenemos y hemos tenido en la metrópoli cumple con tales criterios. Todos ellos, Los Laureles, Picachos, Hasar’s, antes Matatlán o Copalita, por todos lados dejan escapar los arroyos de lixiviados que, por gravedad, van a parar al cauce del río Santiago para abonar más a su contaminación. Pero antes de llegar a él, en su camino van contaminando otros cuerpos de agua y los mantos freáticos. Los pueblos de la barranca como Milpillas, Huaxtla, San Lorenzo, Ixcatán, etc., en Zapopan y desde luego El Salto y Juanacatlán, saben perfectamente de esto. Llevan años denunciando los efectos nocivos que, sobre su salud, de sus territorios y bienes comunes naturales, causan los lixiviados, los vapores y gases provenientes de los vertederos. 

Habiéndose rebasado la vida útil del vertedero Los Laureles los gobernantes vuelven al tema y anuncian, bajo el mismo esquema tradicional, ampliar el vertedero de Picachos, las plantas de transferencia y construir en breve un megavertedero metropolitano que se niegan a decir donde sería ubicado. Siguiendo su lógica seguramente estará más lejano de la ciudad, pero inevitablemente cercano a otros pueblos y comunidades que terminaran por ver dañados su salud y sus territorios, pero a las cuales, como siempre, “por razones obvias” dicen, su opinión no será tomada en cuenta. Vaya democracia… 

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jl/I