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Vacuo 

El concepto “de frente” se ha convertido, estoy convencida, en el más manoseado por el actual gobierno estatal. 

Y no es que en sí mismo se repita una y otra vez cada ocasión que Enrique Alfaro tiene oportunidad de decirlo, sino que se ha transformado, casi, en una línea discursiva, en una narrativa (tanto que le está gustando últimamente también este concepto, “narrativa”), en palabras que, de tanto nombrarse, se van quedando sin cuerpo, vacías; en una muletilla azarosa y grosera. 

Pero es curioso porque ese concepto, el mentado “de frente”, cambia de fácil manera según el contexto, aunque quien lo dice sea siempre la misma persona. 

El “de frente” es para hablarle a una cámara, con un guion armado y pensado, con el aire acondicionado a la temperatura perfecta y el color de camisa adecuado, pero deja de ser “de frente” cuando un periodista le cuestiona hechos tan fríos y simples e irrefutables como la cantidad de asesinatos que lleva en sus cuentas el actual gobierno. Ahí ya no se contesta de frente, allí se evade, se ironiza, se escurre, se matiza y hasta se huye. 

El “de frente” es para hablar desde la tribuna de un templete preparado, en un encuentro con el empresariado jalisciense e incluso con el presidente López Obrador, pero dejar de ser “de frente” cuando contesta enojado que, si le gritan, no atenderá a las familias de las personas desaparecidas o cuando elige que Héctor Flores –quien es parte del colectivo Luz de Esperanza y a quien las familias tienen por interlocutor oficial– no sea más aquel con quien establecerá el diálogo, desconociéndolo y hasta lanzando un comunicado de prensa para que queden bien asentadas sus condiciones y modos. 

El “de frente” es una silenciosa hilera de vallas negras metálicas que protegen lo mismo Casa Jalisco que el palacio de gobierno, hasta donde nadie puede llegar libremente, pero de donde, a veces, en magnánima muestra, sale algún funcionario mediano para recibir un oficio, una petición, un reclamo por escrito de los cientos de víctimas que, como Saturno a su hijo, devora este país. 

Deja de ser “de frente”, con ese sonsonete altanero, cuando recibe a algún deportista de gran calado o a algún actor o comediante o cineasta con proyectos visionarios que pondrán a Jalisco en la mira del mundo. Entonces no es “de frente”. No. Ahí es cordial y sonriente, simpático y hasta gracioso. Bonachón y accesible. 

Sale a las pocas horas a decir de frente, pero desde sus redes, luego del atentado que sufriera la periodista Susana Carreño en Puerto Vallarta, que se trató de un robo, que ese es el móvil del choque, las acuchilladas, el arrebato de sus pertenencias y de su camioneta (la que a la postre encontraron a unos 16 km del lugar de los hechos). 

Y días después, cuando la periodista habla directamente de un ataque a su persona y no de un robo, el señor del “de frente” ya no dice mucho más y señala que eso le toca a la Fiscalía del Estado, que será ésta la que “dé informes de los resultados de la investigación”. 

Lo escribí hace unos días un poco en broma, pero también algo en serio: si me tomara un chupito cada vez que escucho o leo ese mentado “de frente” viviría en una borrachera perpetua; no intensa, pero sí constante. 

Hablar en serio de frente debe tener muchos componentes que, creo, vamos aprendiendo conforme crecemos y nos volvemos personas funcionales. Decirle a una amistad que podría cometer una equivocación debe estar aderezado de calidez y entendimiento. Decirle a un jefe que dejas el trabajo por una razón grave debe estar lleno de valentía y entereza. Decirles a tus colegas, a tus alumnos, a tus subordinados que su labor puede mejorar debe acompañarse de empatía y escucha. 

Madurez, apertura al diálogo, a la discusión; compromiso, amor, aprecio, respeto y hasta admiración deben sumar a esos “de frente” con los que nos topamos en la vida. 

Y no dejarlo como una simple frase. 

Hueca. 

Twitter: @perlavelasco

jl/I