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El agua es vida; sí, pero…

Siempre ha habido mucha demagogia en los discursos respecto del agua. De ella se dicen y decimos muchas cosas que luego no se asumen. Por ejemplo, que es vida, que es un derecho humano, que los seres humanos somos básicamente agua, etc. Más allá del sentido coloquial y metafórico de tales afirmaciones con las que, se supone, todos estamos de acuerdo, lo que no se acaba de entender es el porqué, entonces, este sistema, el estilo de vida que ha impuesto y sus formas de acumulación de capital se afanan en contaminar el agua, volverla peligrosa, tóxica, para todas las especies que la consuman de manera directa, como se pudo hacer en este país de menos hasta mediados del siglo pasado.

A veces de manera sutil, pero generalmente violenta, o perversamente utilizando a la vez estos dos recursos, y más allá de discursos, está claro que para este sistema el agua no es más un bien común y tampoco un derecho humano. Tampoco es cierto que, como humanidad, como sociedad, asumamos, en nuestra cotidianidad, que la especie humana está hecha básicamente de agua.

Cuando se afirma que el agua es vida, lo que se está diciendo es que ella explica y hace posible la vida en este mundo; que ninguna de las especies que habitamos el planeta Tierra podemos vivir sin agua limpia. Ya sé que no estoy diciendo nada nuevo, que no estoy haciendo ningún descubrimiento. Pero, entonces, si lo sabemos, por qué hacemos lo que hacemos o por qué permitimos que el agua, por una parte, sea dañada, contaminada, sobreexplotada y, por otra parte, que se nos despoje de ella para transfigurarla de un bien natural común, intangible, sagrado por su significado, en un recurso privado del cual, históricamente, intereses particulares se han apropiado, pero, nunca como ahora, había sido, violentada, cosificada, transformada en vulgar mercancía a través de la cual se amasan grandes fortunas a nivel mundial.

Y si el agua, como se dice, es un derecho humano por qué actualmente hay alrededor de 2 mil millones de personas que en el mundo carecen de los servicios básicos de agua y saneamiento. Se nos ha dicho, como justificación, que hay sequía y escasez de agua. Pero lo que no vemos es que quienes más (mal) uso hacen de ella hayan modificado sus usos. En las industrias minera, refresquera, cervecera, así como en los campos de golf y albercas privadas no se nota tal crisis ni escasez.

Por ello la consigna popular dice: ¡no es sequía, es saqueo! Si el agua es vida y derecho humano cómo se explica, entonces, que se le desprecie de tal manera; que el sistema la haya convertido en un simple valor de cambio con el cual se especula y cotiza en las bolsas de valores. ¿Qué tipo de civilización es esta que mercantiliza y daña el bien natural que hace posible que sigamos viviendo?

Desde finales del siglo 20 se afirmó que las guerras del actual siglo serían por agua y la predicción era correcta, pero incompleta. Al convertirla en mercancía el sistema declaró también una guerra contra el agua y ahora vemos los resultados: cuerpos de agua contaminados y agotados por todo el territorio.

La guerra (no convencional) por y contra el agua se instaló en México desde el momento en que el Estado adoptó las políticas tecnocráticas/desarrollistas en donde todo lo natural, todo lo común, lo que hace posible la vida se vende, se puede monopolizar y lo peor, se puede destruir, aunque con ello se atente contra la existencia de todos. En la conurbación tapatía, antes rica en cuerpos de agua, esta guerra la sufrimos con su contaminación; con los tandeos que se incrementan año tras año y la escasez que sufre la mayoría de la población, mientras que una minoría privilegiada la tiene en abundancia y goza desperdiciándola.

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