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La piedra de Sigüenza

Una de las cláusulas que acaso estén más en armonía con el carácter de Sigüenza, e ilustrativa de la pasión dominante de su vida –la busca de la verdad– fue aquella en que ordenaba que su cadáver fuera disecado. Era su deseo que se hiciera esto para que los médicos y cirujanos pudieran observar las causas que habían producido su deceso

Irving A. Leonard, ‘Don Carlos de Sigüenza y Góngora. Un sabio mexicano del siglo XVII’, FCE, México (1984), p. 187

 

Nació esta columna editorial como una modesta aportación para la divulgación de la historia de la ciencia, esencialmente física y astronomía, tanto en el mundo como en nuestro país y región; para nombrarla discurrí fuera en su título un pequeño homenaje a uno de los grandes sabios mexicanos, olvidado y poco difundida su obra, así gracias a la generosa hospitalidad de El Diario NTR apareció el 12 de abril de 2015 la primera edición de El Pegaso de Sigüenza (ver https://www.ntrguadalajara.com/post.php?id_nota=922), donde hice una pequeñísima presentación de don Carlos de Sigüenza y Góngora, quien aunque muy amigo de sor Juana Inés de la Cruz no ha sido del conocimiento de la gran mayoría de los mexicanos como sí lo es la Décima Musa.

Para quienes cuestionan la utilidad de una feria como lo es la FIL de Guadalajara he de mencionarles, entre muchas aportaciones al conocimiento de quien esto escribe, que imagino otras personas puedan relatar casos cercanos a sus particulares intereses, fue en una de las primeras ediciones de la FIL en 1989 donde en el pabellón de la UNAM me topé con un ejemplar cuyo título capturó mi interés: Libra Astronómica y Filosófica, elegante ejemplar en pasta dura con sobrecubierta que para mi sorpresa tenía 50 por ciento de descuento, por lo que no dudé en adquirirlo por 2 mil 500 viejos pesos (antes de quitarles los tres ceros). Así se concretó mi primer encuentro directo con la obra de quien fuera “Cosmographo, y Mathematico Regio en la Academia Mexicana”, según aparece en la portada original.

Corresponde el título adquirido a la segunda edición moderna (1984, la primera fue en 1959) del que se considera el primer libro de la ciencia moderna escrito e impreso en América, publicado en la Nueva Biblioteca Mexicana, editada por la UNAM como su volumen 2, con prólogo de José Gaos y una edición del erudito historiador Bernabé Navarro Barajas, cuyos modernos índices, notas y referencias nos facilita la consulta de la contestación de Sigüenza al padre Eusebio Francisco Kino acerca de la naturaleza de los cometas y la cual se considera la primera discusión científica del continente americano.

Aunque muy tardía la traducción al español (1984) de la biografía canónica (1929) de don Carlos, debida al estudioso norteamericano Irving A. Leonard, ahí nos enteramos sobre el testamento del sabio y cómo al cumplir su voluntad, los médicos le hallaron en el riñón derecho “una piedra del tamaño de un hueso de durazno”, afección que lo llevó a la muerte el 22 de agosto de 1700.

Twitter: @durrutydealba

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