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México: pasar de la lástima a la compasión

El aumento sin control de la violencia es un indicador de la pérdida de rumbo de un país. Las historias que conocemos acerca de las crueldades y los abusos que diario se cometen en México revelan, desde el ángulo de la consciencia personal y colectiva, la erosión de convicciones, valores y actitudes; uno de esos valores relevantes es la compasión. Contrario a la compasión, con el potente verbo mexicano podemos describir lo central de la mentalidad de los agresores: “Hay que chingar al otro o a la otra, porque se lo merece, sin compasión”. Este inaceptable, salvaje y deshumanizante pseudoargumento se usa contra las víctimas de cualquier agresión.

En un país deshumanizado, falta compasión social e institucional hacia las víctimas y sus familias. Los testimonios son numerosos. En el México colapsado emocionalmente, lo que abunda es la lástima. Ante el dolor o el sufrimiento, que no son lo mismo, la mayoría de los mexicanos observa con lástima a las víctimas y a sus familias; quizá lo lamenten, sientan pena o exclamen un “pobrecito” o “pobrecita”. Mientras la compasión es activa, la lástima es pasiva. El lastimero es egoísta. La compasión procura el bienestar del aquejado. Implica, también, saber compadecerse. La compasión es distinta a la solidaridad o a la empatía.

Pero ¿qué es la compasión? Autores explican que viene del latín cum passio, traducible a sufrir juntos; a su vez, el verbo passio tiene sus raíces con la palabra griega pathos, que se vincula con el sufrimiento interior de una persona. Es decir, compasión “es la manera con que participamos del sufrimiento del otro”, como señala el educador Santiago Moll.

Otros autores indican que compasión deriva del griego sympatheia, que significa sentimiento de simpatía; unos más dicen que proviene de la palaba latina compati, que significa sufrir con, que va más allá de la simpatía o la empatía. La compasión moviliza, significa implicarse, actuar en favor de quienes se aquejan o sufren. El recién fallecido escritor Frederick Buechner la define como “la capacidad de sentir lo que es vivir dentro de la piel de otra persona. Es saber que nunca podrá haber paz y alegría para mí hasta que finalmente haya paz y alegría para ti también”. Es posible formarse y entrenarse para ser compasivos, aunque en México no es un valor que se enseñe en educación básica.

Es más común que sean compasivos algunos integrantes de grupos religiosos, psicólogos y psiquiatras. También la ejercen, sin necesariamente estudiarla a profundidad, la mayoría de quienes han hecho de su vida y/o profesión un servicio a los más vulnerables, a los enfermos, a las víctimas. Es el caso de médicos, enfermeras, bomberos y defensores de derechos humanos.

En medio de la crisis de inseguridad en México, la palabra compasión no aparece en el discurso de la clase política. No la evocan. Parafraseando al filósofo del lenguaje, Ludwig Wittgenstein, los límites de su lenguaje son los límites de la realidad que perciben.

Luego del asesinato en Chihuahua de los dos sacerdotes jesuitas y un guía de turistas, la Compañía de Jesús y rectores de las universidades a su cargo condenaron los crímenes e incorporaron la palabra compasión. En un pronunciamiento hacen referencia a su visión, desde la postura ética y política que guía a las instituciones educativas jesuitas para formar personas “conscientes, competentes, compasivas y comprometidas con la reducción de las injusticias (…)”. Destaco lo de formar personas compasivas. En las religiones la compasión es considerada una vía para el desarrollo espiritual. La Biblia muestra ejemplos de compasión. La parábola del buen samaritano es significativa.

Las víctimas no necesitan la lástima de nadie, sino verdadera compasión social e institucional.

Twitter: @SergioRenedDios

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