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Lázaro Cárdenas, salvador del Barsa

Constituye este artículo un airado mentís a muchos cronistas deportivos que se llenan la boca pregonando la separación cabal que, según ellos, debe existir entre la política y el deporte. ¿Será porque entienden por política algo muy constreñido o porque son tan miopes que no perciben la evidente relación entre una cosa y otra? La política es el resultado de la vida en sociedad (la polis) y no podemos aceptar que los deportistas vivan al margen de ella.

Por otro lado, sólo como un ejemplo, ¿no es evidente que con frecuencia, en aras de generar más pesos y centavos, se imbrica la actividad deportiva con el nacionalismo?

Con ánimo de fortalecer su espurio gobierno, por caso, el general Franco favoreció cuanto pudo y a veces hasta con el mayor descaro, al equipo de futbol conocido como el Real Madrid, que vino a ser un equipo “corporativo” de su dictadura. También es cierto, por seguir con un caso similar que aquí interesa ahora, que el Futbol Club Barcelona, ha sido un equipo validado y representativo del catalanismo.

Recuérdese que el gran escritor Manuel Vázquez Montalbán estableció aquello de que el Barsa es “más que un club”.

Para fundamentar la asociación de la dictadura con el Real Madrid recuérdese que, en la construcción de su famoso estadio llamado Santiago Bernabéu, hayan trabajado de oquis numerosos presos políticos republicanos, lo mismo que ocurrió con anterioridad en el tan cacareado Valle de los Caídos.

Pues bien, percibiendo el rol y el peligro que corría el Barsa ante el franquismo, el presidente Lázaro Cárdenas ideó para fortalecerlo, en 1937, se le invitara a jugar unos cuantos partidos bien remunerados en México.

Adelanto el valor inconmensurable que a la larga tuvo esa gira por nuestro país: ahora se la conoce como “la gira salvadora…”.

En efecto es muy alta la probabilidad de que los blaugranas no hubieran sobrevivido a los primeros años de la dictadura fascista si el dinerito que ganaron en México y, antes de regresar a la península, en octubre de 1937, lo guardaron discretamente en un banco parisino.

Había habido anteriormente un ofrecimiento leonino de otros empresarios que, al llegar a oídos del presidente, dio lugar a que encargara a otros que eran de su confianza, entre los que se encontraba un catalán, que mejoraran la oferta.

Desde la perspectiva estrictamente deportiva, los partidos carecen de interés mayor. Los visitantes ganaron la mayoría, pero al final perdieron varios como resultado de tantos agasajos que no podían despreciar aquellos jugadores cuya alimentación y vida en Cataluña ya padecía los estragos de la guerra… Pero todos estuvieron muy contentos y se jugó más de lo programado originalmente. Pero hubo algo no previsto:

Nueve jugadores se quedaron en México mediante el pago de su traspaso al club que los había traído, lo cual incrementó sobremanera el capitalito con el que regresaron los demás. El más famoso y persistente de los que se quedaron fue el extremo derecho del Atlante: Martín Vantolrá, quien se casó incluso con una sobrina del presidente.

Aparte de Vantolrá, no todos se quedaron para siempre, pero el hijo de éste, nacido aquí, claro, incluso jugó con la Selección Mexicana en el México 70.

Ando de metiche en esta historia porque acabo de prologar un librito titulado El Barsa y México en tiempos de Cárdenas, de Frederic Porta, un connotado periodista catalán que sabe manejar muy bien los intríngulis entre el deporte y la grilla de los íberos. Sin embargo, la primera alusión proviene de un libro titulado De no ser por México. Ambos editados por M. A. Porrúa.

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jl/I