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Paz como patrimonio

La paz es una realidad que está y ha estado presente a lo largo de la historia en las distintas culturas del planeta. Sin embargo, dada la enorme difusión que históricamente se le ha dado a las guerras y violencias, resulta casi imposible reconocerla en la vida cotidiana. Hay incluso quienes afirman que la violencia es una conducta inherente al ser humano, y la paz, una entelequia. Puesto que en la Declaración de Sevilla se sostiene que no existe nada en la Biología o la Genética que nos haga “violentos por naturaleza”, Wolfgang Dietrich (https://youtu.be/RcETIE3QNQY?si=Fi86mKlf9gX0jM-Q) plantea cinco modalidades como la especie humana ha practicado y continúa practicando las paces en distintos territorios, épocas y circunstancias.

Plantea que paces energéticas son todas aquellas acciones que se proponen la armonía con la naturaleza y con todo lo que contiene, al considerar la Tierra como un ser vivo que merece respeto y es nuestro deber protegerla. Como ejemplos, encontramos las tradiciones ancestrales de muchos pueblos indígenas, así como prácticas urbanas que promueven la agroecología, el uso de energías limpias, el yoga y la meditación, etc.

Cuando se habla de paces morales se entienden las prácticas culturales en las que se traducen principios filosóficos o religiosos que prescriben lo que se debe hacer (hospedar al forastero, no robar, no devolver ojo por ojo, respetar a la mujer...) o cómo proceder cuando se han infringido tales mandatos (reparar el daño, perdonar, reconciliase con la comunidad...). Como ejemplo de estas paces podemos señalar cuando se atienden indigentes, adultos mayores o migrantes..., sin dejar de señalar las incoherencias en las que históricamente se han visto involucrados ciertos grupos religiosos. Con paces modernas el autor se refiere a aquellas vinculadas a los estados modernos donde las instituciones, leyes y procedimientos determinan el comportamiento individual y colectivo, así como las penas para quienes infringen lo establecido.

Aquí, valores como la igualdad y la justicia orientan el quehacer de ciudadanos y autoridades para vivir en un auténtico Estado de derecho. Por otro lado, frente a los valores impulsados como hegemónicos y universales por los Estados modernos o agrupaciones religiosas, las paces posmodernas buscan recuperar lo local, el desarrollo a escala humana, los saberes y capacidades con los que orientan su vida las personas en su entorno inmediato. Finalmente, las paces transracionales –sostiene Dietrich– tratan de promover y articular desde una visión compleja, los aspectos positivos que existen en todas ellas. Cada una de esas paces, desde la propia racionalidad con la que se han ido construyendo, aporta insumos para una paz social, sustentable y duradera.

En México, si observamos con cuidado lo que sucede en Guanajuato, Jalisco, Guerrero o Tamaulipas, constatamos el enorme patrimonio de paz con el que contamos para revertir las violencias y regular nuestros conflictos. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Necesitamos otros lentes, multifocales, para ver las paces que se hacen a nivel local, desde las instituciones gubernamentales y las iglesias, o mediante el cuidado de la tierra y lo que la mantiene viva.

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