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Pagando las cuentas
Mejor restar
Desde una visión lineal de la realidad en muchos contextos se afirma: si no hay paz, no hay derechos humanos (o viceversa). Esa manera de pensar contrasta con una perspectiva compleja que ayude a comprender mejor las contradicciones humanas. En las últimas semanas los medios nos han mantenido al tanto de muchos asuntos, armados o no, que abren nuevamente el debate: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina?
Después de escuchar a representantes de los países en la 80.ª Asamblea General de la ONU bajo el lema “Mejor juntos: 80 años y más por la paz, el desarrollo y los derechos humanos” (22-29/09/25), enterarnos del ataque de Israel a Qatar para eliminar líderes de Hamás (09/09), el secuestro y la detención de ciudadanos que se dirigían a Gaza llevando ayuda humanitaria (01/10), la declaración de “genocidio” perpetrado por Israel contra los palestinos (16/09), el Alto al Fuego decretado por el presidente de EUA exigiendo la liberación de rehenes (29/09) o la asignación del Nobel de Paz a una mujer venezolana (10/10), surgen más preguntas que respuestas: ¿De qué paz se habla (pax, shalom, salamaleikum…)? Derechos humanos ¿del pueblo palestino, de sionistas que se proponen recuperar la “tierra prometida”, de quienes se manifiestan en las calles contra el genocidio en Palestina?
La ONU se creó para pacificar, mantener y construir la paz mundial cuyas resoluciones son de obligado cumplimiento. Derechos humanos fueron declarados como universales y deben ser garantizados por los Estados firmantes de pactos y convenciones. En la celebración por sus 80 años, distintas voces señalaban la necesidad de que la ONU se adapte a los retos actuales (cambio climático, desigualdad, gobernanza global…), criticaban el orden internacional basado en normas y derechos que está siendo sustituido por lógicas del poder, demandaban respeto a la soberanía territorial asumiendo la política de no intervención, alertaban sobre las afectaciones provocadas por tecnologías verdes que destruyen culturas y organizaciones locales.
La paz, por su parte, no es un concepto neutro, sino eminentemente político, objeto de múltiples disputas. Firmar acuerdos no significa el fin de las hostilidades. Según expertos, los 20 puntos propuestos son afines a una “paz liberal”, es decir, a un modelo hegemónico de paz que prioriza la reconstrucción del Estado desde una lógica agresiva e intervencionista; anclado en el realismo político que pregona valores y principios universales; que promueve derechos civiles y políticos, pero no los sociales, económicos y culturales; que ignora las causas que provocan los conflictos y las desigualdades de género; que no busca la apropiación de los procesos de paz por parte de los actores locales. Más que la construcción de paz, su propósito es estabilizar las violencias de modo que no afecten intereses de los poderosos.
Afortunadamente esta perspectiva liberal de la paz es una más entre otras tantas posibles. La legitimidad, viabilidad y sostenibilidad de los procesos de paz a largo plazo dependen de reconocer las desigualdades y afrontar las injusticias. Paz y derechos humanos son horizontes, faros, derroteros de valores vinculados a otros valores igualmente importantes (dignidad, respeto, comprensión mutua, diálogo…).
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jl/I