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Invasores de La Primavera, una vida entre abandonos

SIN PRESENCIA POLICIAL. La ausencia de uniformados es un distintivo de la zona. (Foto: Especial)

Desde estas alturas, la paz de la noche solamente es perturbada por algunos ladridos de perros, el ulular del viento seco de La Primavera o el gruñir incesante de los puercos de don Margarito Meléndrez, entre una calle de tierra mal iluminada. Por el camino, montaña arriba, asoma el lejano resplandor de un incendio que asuela la umbría, y la ciudad inmensa, como un manto vivo de colores, refulge hacia el oriente. 

Las mañanas son más movidas, cuando los fantasmas se disipan: la masa inmensa de la urbe con decenas de miles de fincas de todos los tamaños hasta el tope de los cerros, el aire viciado de ozono y partículas suspendidas, un Sol potente que ofusca y el brillo platinoso, deslumbrante, de los techos de lámina diseminados por el valle casi interminable. Sólo el bosque está silencioso.

Es la orilla de Guadalajara. Los perros están más activos e irritantes, pues casi todos los habitantes de este caserío de lonas, láminas, tablones y, poco a poco, más ladrillos y lienzos de piedra, salen al trabajo y bajan a sus chamacos en la escuela, información que conocen bien los ladrones, que aprovechan este nicho de impunidad llamado Brisas de la Primavera, en Santa Ana Tepetitlán, un asentamiento irregular crecido a costas de lo que fue el lindero del área natural protegida del bosque.

VIVIR EN LA INVASIÓN

Margarito se asentó aquí hace siete años en una finca precaria por encargo del dueño de los porcinos y es una especie de vigía para disuadir a los malosos. Cansado de trabajar por años como operador de camiones de carga y urbanos, y con algunos distanciamientos de su familia, decidió sumarse a la pertinaz, lenta, casi inadvertida invasión urbana a los primeros encinares de la floresta. La zona tiene 30 hectáreas invadidas a costa del bosque, pero hasta ahora, a las autoridades “se les olvida” de manera intermitente.

“Yo soy trabajador, cuido puercos; mi primera choza fue un chiquero y todo esto estaba solo, esta construcción era la última; así me aventé dos y medio a tres años, y después me fui para abajo otra vez. Luego volví a regresar, muchos años después y ya todo estaba ocupado, el lindero lo empujaron hacia arriba”.

Don Margarito ha interrumpido su partida de damas con un vecino, Ricardo Gómez, para atender a los extraños. Fichas, dominó, cervezas o licores baratos para matar el exceso de tiempo, pues cuidar una piara no es precisamente un empleo muy aventurero. Los cerdos van y vienen por un espacio muy pequeño, se revuelcan con gozo en el cieno maloliente, devoran con avidez los olotes, y su aparente felicidad hace recordar al famoso Epicuro y sus postulados hedonistas… que ni Margarito ni Ricardo traen a su conversación -aunque son católicos y romanos, es dudoso que hayan leído a San Agustín, el más célebre denunciador del filósofo pagano-. Pero viven con frugalidad, como los monjes cenobitas del desierto, o como el mismo Epicuro, que en realidad, como todo buen lector sabe, es un calumniado.

“Pues haga de cuenta que yo en lo particular tengo un sueldo, bajito o como sea, pero como vivo solo, pues con eso la voy llevando, aparte de que el dueño a veces me da un par de puerquitos o algo que me ayuda, o a veces en el desperdicio que traen -es puro desperdicio orgánico- hay verduras, cosas buenas y de ahí me ayudo, ¿verdad? En otra ocasión, el dueño me trajo esa parrilla y un cilindro para gas, porque antes hacía lumbre con leña, ahí tenía mi fogón –señala un punto indeterminado de la finca blanca con techo de lámina, incompleto–. Desde que llegué, recién que mandé a construir ahí, ahí hice un fogón, esta hasta humeado, ahí cocinaba yo a gusto, traía ramas secas, de las tantas que hay en las quemazones que ha habido, pues el árbol se seca y uno halla la leñita. Ahorita ya no consumo leña, gracias a Dios, por el gas”.

Margarito es un sesentón. Nació en el rancho El Borbollón, en Compostela, Nayarit. Tras pasar un tiempo en Michoacán, la familia arribó a Guadalajara.

“Llegué a Guadalajara, te estoy hablando de hace 37 ó 40 años, más o menos. Primero entré a la Coca-Cola, ahí trabajé durante 15 años, luego renuncié y me metí de camionero, anduve ocho años, en eso andaba, hasta que me enrolé con estas personas de los puercos (…) Cuando estuve en Yurécuaro, aprendí todo lo que es la agricultura y a manejar animales, por eso le sé a esto de los puercos”.

Vivió en Arenales Tapatíos, que es un asentamiento irregular también del ejido Santa Ana Tepetitlán. “Recuerdo que de Santa Ana de los Negros a Arenales Tapatíos, eran puros sembradíos y establos de vacas; la avenida Guadalupe era terracería, luego se fue poblando y mire cómo vamos ya, hasta acá arriba”.

- ¿Usted cree que va a llegar más la población hacia dentro del bosque?

- No creo, porque ya les tienen prohibido, hay un límite, aquí les han dado chanza y no nos quejamos; inclusive cada año recibimos ayuda, de gente de dinerito que viene y nos regalan cobijas, despensas, nuestro pollo, juguetes para los niños, porque hay muchos niños… entonces estoy aquí muy a gusto.

Los inviernos deben ser crudos, pues la porqueriza de Margarito se ubica casi a mil 650 metros sobre el nivel del mar. “Allá adentro de este cuartito no me pasa el frío, está todo sellado; en las lluvias, caen unos tormentones, con granizo, y no entra agua; la cocina sí está destapada, espero alcanzarla a tapar antes del temporal, aunque ya no hay temporal, llueve cuando le da su gana a la lluvia”.

Y aunque supuestamente ya no dan permiso, la estancia de los puercos se asoma a una barranca que poco a poco van rellenando. “Este escombro lo está pidiendo el dueño para enseguida hacer un mamposteo, para levantar su barda o muro, para proteger mejor su propiedad, porque ahorita está desprotegida, y si en la noche llega un cristiano y tiene ganas de un puerquito, pos se lo llevan”.

- Por eso usted está aquí todo el tiempo.

- Sí, pero la noche es para dormir, como le digo al dueño: yo, si veo u oigo algo no salgo. Que se lleven lo que quieran, gracias a Dios no me han hecho vagancias y cuenta mucho que todos me conocen, pero no le hago al héroe.

MENOS. Santa Ana Tepetitlán absorbió más de 550 hectáreas de La Primavera.
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LAS CARENCIAS

Ricardo Gómez, quien cuida la casa de su nieto desde hace cinco años, explica las reticencias de su vecino.

“Aquí, casa que está sola, la invaden o las queman o le roban lo que tienen adentro, sus cosas o pertenencias, por no estar al pendiente (…) Todo nos ha costado, para el alumbrado hicimos la cooperación para comprar postes y Zapopan metió el alumbrado público; la luz para las casas la jalamos de abajo, la comisión todavía no mete el servicio. La basura casi no viene a recolectar, hay que quemarla o si la dejas se acumula. Y para el agua, hay que comprar pipas a 700 pesos, son bien caras y el ayuntamiento nos manda de vez en cuando, pero la deja en un tinaco grande y de allí hay que jalarla; no es fácil”.

Asegura que nadie tiene papeles y por eso la posesión es precaria. “Por eso aquí cada ocho días hay juntas, donde discutimos todas las necesidades; ahora que vengan las lluvias, la cosa se pondrá peor, porque el camino se pone feo y no surten ni las tortillas ni el pan ni los refrescos ni nada; el que tiene un buen carro es el que baja y el que no, pues no”.

El abandono se refleja en la inseguridad. “Los policías no suben para nada, sólo cuando vienen siguiendo a uno o cuando vienen por un difunto que vinieron a tirar por ahí. Vimos hace poco un montón de patrullas, se vinieron todos por un fulano al que venían siguiendo, pero no lo hallaron. Se les peló por el bosque”.

A Margarito y a Ricardo les preocupa cómo los arroyos son tapados con escombro y borrada la hidrografía. “El agua se va a ir por las calles, nos va a deshacer todo (…) La gente, cuando viene por primera vez, no lo sabe y luego están en falso, pero se las ingenian, pues ocupan casa. Es la necesidad, eso es todo que hace que todos nos aferremos a seguir aquí y veamos cómo mejora, muy despacito”.

Discípulos involuntarios de Epicuro, el pagano de vida mesurada acremente calumniado, como lo son estos cristianos necesitados que han remontado la montaña en busca de un palmo de tierra propia para plantar una casa, un huerto, una piara de cerdos, una jauría de perros que los cuide del mal ubicuo y fantasmal, entre el camino oscuro hacia el bosque silencioso.

“Todo nos ha costado, para el alumbrado hicimos la cooperación para comprar postes y Zapopan metió el alumbrado público; la luz para las casas la jalamos de abajo, la comisión todavía no mete el servicio”

Ricardo Gómez, cuidador de una casa de Santa Ana Tepetitlán

Tres datos

  •  El bosque La Primavera tiene dos zonas de exclusión: 552 hectáreas del ejido Santa Ana Tepetitlán y 53 más de propiedades privadas en el ingreso de Mariano Otero
  •  El proceso de urbanización del bosque en Santa Ana Tepetitlán ha sido caótico y sin control; el territorio es alterado y se ha potenciado el riesgo de desastres
  •  El ejido ha sido impotente para controlar el proceso; ni el gobierno de Zapopan, ni el estado ni la Conanp encuentran la llave luego de 10 años

JJ/I