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Espacio seguro

En un mundo ideal, nuestro hogar, nuestra casa, con nuestras personas queridas es donde deberíamos sentirnos mejor. Son nuestras madres y padres, hermanos, tías, abuelos, primas, primero, y nuestras amistades, parejas, hijas o nietos, después, quienes deberían cobijarnos, cuidarnos, protegernos, en comunidad y compañía recíproca.

Durante casi una década, Gisèle, una mujer francesa de 72 años, fue víctima de abusos sexuales en la intimidad de su casa, incentivados por su esposo y cometidos por 80 hombres. El caso salió a la luz en 2021 y el juicio comenzó el lunes pasado, acaparando los titulares de la prensa francesa, con eco a nivel mundial.

Entre julio de 2011 y octubre de 2020, Gisèle fue drogada repetidamente por su esposo, Dominique, quien ofrecía a otros hombres que la violaran mientras ella estaba inconsciente. De acuerdo con información de diversos medios, según las investigaciones, más de 80 hombres abusaron de ella en alrededor de 285 ocasiones a lo largo de esos años, en sesiones violentas que su esposo registraba en cerca de 2 mil fotos y videos.

Dominique no solo organizaba estos encuentros, sino que también cobraba a los agresores antes de permitirles entrar a la casa familiar. En su computadora, la policía encontró una carpeta llamada “Abusos”, donde tenía registradas las identidades de muchos de los agresores con nombres descriptivos. Hasta el momento, 51 de los agresores, hombres de entre 26 y 74 años, ya han sido identificados, pero se calcula que hay otros 30 más.

Este abuso repetido pasó desapercibido para Gisèle debido a las drogas que le administraba su esposo; ella quedaba inconsciente y sufría pérdida de memoria. La mujer fue informada de lo sucedido solo cuando la policía investigó el caso. Las agresiones le dejaron secuelas emocionales y físicas, incluyendo cuatro infecciones de transmisión sexual.

A pesar de la gravedad de los crímenes, Dominique no ha sido diagnosticado con ninguna patología mental, aunque se le ha descrito con una “personalidad perversa” y desviación sexual voyeurista.

Gisèle eligió que el juicio contra su esposo y sus atacantes fuera público. Ella ha dado la cara desde el primer minuto del proceso y ha obligado, en consecuencia, a que se pueda conocer a los hombres acusados. “Violación no es la palabra correcta, esto es barbarie”, dijo en su declaración este jueves.

Es profundamente impactante leer los detalles de cómo Dominique tenía todo un sistema y un protocolo para concretar los abusos a su esposa, así como los argumentos de algunos de los acusados: creían que ella fingía la indefensión y la pasividad, el silencio y la inmovilidad como parte de un juego sexual.

Pero además ha surgido más información que apunta a que Dominique era un depredador en toda la extensión: tenía también fotos de su hija desnuda, fue sorprendido mientras grababa a mujeres por debajo de sus faldas y estaría involucrado en un par de casos de agresión sexual que, en su momento, fueron desechados, pero que han sido retomados a raíz del destape de las violaciones a su esposa.

A los ojos públicos, esta familia –Gisèle, Dominique, sus dos hijos y su hija– parecía común y corriente. La pareja había estado junta casi 50 años. Nadie podría sospechar nada. Tan fue así que ese lugar que debería ser un espacio seguro para Gisèle y su hija fue en realidad un lugar en el que hombres de todo tipo de profesiones, edades y contextos socioculturales pudieron concretar cientos de agresiones, en uno de los casos más violentos de los que se tiene registro en los últimos tiempos.

Durante casi 10 años.

X: @perlavelasco

jl/I