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Ser madre en México

“No estamos hechas para pasar el día solas con un recién nacido”

Ibone Olza

En esta eterna insatisfacción que también somos, en esta perpetua falta que nos habita, en este querer más de lo que hemos logrado, entre esos instantes armoniosos que se nos resbalan entre las preocupaciones del ayer y del mañana, entre esas interrogantes mentales que nos invitan a la nostalgia y a dudar de nuestras elecciones, se encuentra la vida, el presente. Con esas cálidas luces entremezcladas con la bruma del día a día, ensordecidas por la fugacidad de la existencia y con el encubierto anhelo del porvenir de alguna ilusión.

Y es así que andamos, entre todo este claroscuro que es la vida. Estamos inmersas en una cultura, con sus formas y matices, en donde la posibilidad de elección representa una estimulación de la propia libertad y a su vez una exposición al escarnio. Ser mujer en México conlleva una preparación intrínseca para la abnegación, la autocensura, la represión, la condescendencia y el servicio. Una seducción para abrir “las alas”, pero no tanto porque daña tu reputación, ni tan poquito, para que tu obediencia y castidad no te hagan parecer monja de clausura. Con el debido respeto.

Elegir el matrimonio, la concepción y la vida implica una gran celebración en lo público y en lo privado. Has completado tu misión mexicana de vida. Ay de ti si no lo celebras o si no te adhieres a los estereotipos de una digna representante del género. Corres el riesgo de emanar una particular felicidad, sexualidad y sentida libertad de expresión que asombra y asusta a cualquiera. Porque por estos rumbos la mujer debe verse sufrida, melancólica y quejumbrosa. De lo contrario, aparece el sospechosismo, esa tendencia de la sociedad a la desconfianza generalizada.

La maternidad representa amor y dulzura. Para la mujer, implica una total transformación psíquica, fisiológica y social. Hay un trastoque en la identidad, en donde asume un dejar de ser ella para convertirte en alguien más, una nueva tú desconocida. Y entre tanto, dar la bienvenida a un bebé y su crianza, en medio del postparto, la soledad, el aislamiento y el cansancio extremo. Se pierde la autonomía. Hay sensación de dependencia. La exigencia social implícita es que “hay que hacerlo bien y feliz”, las demandas apremian.

Y desde luego, aquí, cada habitante tiene un manual sobre “cómo ser una buena madre”, incluso aunque no sean madres, incluso, aunque no sean mujeres.

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