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Neofeudalismo mexicano

Los narcotraficantes y líderes del crimen organizado se van convirtiendo paulatinamente en los nuevos señores feudales de México. Son ellos los amos de grandes extensiones del territorio nacional y de quienes ahí habitan. Disponen de la vida de las personas a las que, por la vía de los hechos, convierten en sus vasallos.

Son ellos quienes deciden quién vive y quién muere, aplican suplicios, cobran impuestos, controlan el territorio y los caminos. Cuentan con sus propias guardias, roban propiedades, realizan levas, violan mujeres y hacen grandes, grandes negocios.

Viven en palacetes a los que muy pocos tienen acceso y envían a sus ejércitos a luchar contra los otros feudos para extender sus territorios y ampliar sus riquezas.

En estos días de patrioterismo exaltado vale la pena recordar que durante la época virreinal los encomenderos explotaban a los indígenas y a los esclavos, quienes laboraban en condiciones infrahumanas en el campo y en las minas.

Una de las grandes banderas del movimiento insurgente fue la lucha contra la esclavitud. Miguel Hidalgo la abolió en Guadalajara el 6 de diciembre de 1810, pero en 2023 hay personas que viven en condiciones de esclavitud.

Jóvenes son obligados por narcotraficantes a servirles, bajo amenaza de muerte. Migrantes son secuestrados para convertirlos en sicarios. Campesinos son obligados a cultivar drogas o a pagarles tributo. Las redes de trata de mujeres se expanden, controladas por los nuevos señores. Quienes pretenden escapar son desaparecidos, asesinados.

Durante el porfiriato se consolidó el sistema de haciendas. Los hacendados disponían de la vida de las personas en su territorio. Ejercían el derecho de pernada, explotaban a los campesinos. Establecieron las tiendas de raya mediante las cuales, a partir de deudas impagables, convertían en súbditos a los pobladores, como hacen ahora los narcos con los adictos y las deudas que no pueden pagar.

Los hacendados eran implacables con quienes se sublevaban, pero tenían al mismo tiempo gestos paternales con quienes les guardaban fidelidad. Eran padrinos de muchos niños. Sabían premiar la sumisión y la fidelidad.

Igual que los narcos que lo mismo descuartizan a personas vivas que reparten despensas a los pobres y en Navidad regalan juguetes a los niños. Son incluso más eficientes que el Estado para gestionar obras públicas en las zonas donde se les guarda vasallaje.

En el porfiriato, los hacendados y dueños de las industrias contaban con sus guardias blancas, ejércitos privados con los que no sólo eliminaban a los opositores, sino que controlaban los delitos comunes en sus territorios. Como ahora hacen en algunas zonas los líderes de la delincuencia organizada que resultan mucho más eficientes que la policía para prevenir y castigar los delitos que no están bajo su control.

La Revolución mexicana quiso poner fin a los abusos de terratenientes y estableció las bases de un Estado que pretendía promover la libertad y garantizar los derechos sociales. Mucho avanzamos, pero en la época priista también proliferaron los cacicazgos ligados el poder político.

Los viejos cacique controlaban en su territorio buena parte de la vida cotidiana, aunque algo acotados por el central poder superior.

Ahora los nuevos señores, como muchos les llaman con admiración y respeto, controlan con mayor violencia amplias zonas del país ante la indiferencia de las autoridades gubernamentales que, si no están aliadas con ellos, prefieren mirar hacia otra parte.

Los nuevos señores feudales controlan desde el tránsito en algunas carreteras y puertos hasta la venta al menudeo de drogas. Lo mismo cobran impuestos a una pequeña papelería urbana o a la señora que vende elotes en la banqueta, que deciden quién y cuándo corta los limones en las huertas de Michoacán y cobran tributo por cada kilo de producto.

En las fiestas patrias vendría bien mirar la pérdida de soberanía y libertad que día a día generan los nuevos señores feudales, mientras comemos pozole y gritamos “¡Viva México!”.

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jl/I