Tenía frente a mí a treinta y tantos alumnos y alumnas de Ciencias de la Comunicación. Eran jóvenes universitarios a los que impartía la clase de redacción periodística. Con la premisa de que un buen redactor suele ser un buen lector, les pregunté quién traía en su mochila, en ese momento, un libro. Eran los años 90, los teléfonos celulares no existían. De ahí que me refería a un texto impreso. Solo una estudiante cargaba un libro. Lo sacó de su mochila y lo mostró al grupo. El resto de sus compañeros la miró casi con asombro. Ella sería después una inquieta y excelente reportera, que redactaba bastante bien. Tuve el gusto de que coincidiéramos en el mismo periódico.
A los buenos lectores nos agrada tener a la mano, siempre, uno o más libros impresos. O bien, si la vista no se cansa y no se joroba la espalda, disponer de textos en el celular o algún ordenador portátil para aprovechar ratos libres y leerlos. Disfrutarlos. Aunque en mi caso prefiero los textos impresos: sin mediaciones, puedo tocarlos, sentir su peso, oler sus hojas, ojearlos y hojearlos, subrayarlos si fuera el caso, ponerles separadores, hurgar en las entrañas de sus contenidos, revisar los índices, poner atención a las frases que resumen o impactan, detonar la imaginación si se trata de cuentos o novelas. Tener un libro es tener un amigo del que disfrutamos su compañía.
A quienes solemos entrar a librerías a observar las novedades, cual ávidos comensales en busca de nuevos menús, nos agrada recorrerlas y adquirir uno o más ejemplares. No importa que tengamos decenas en lista de espera. Habrá tiempo para recorrer sus páginas. Los lectores sabemos dónde se ubican las sucursales de Gandhi, Gonvill, El Sótano, La Parroquial, la Carlos Fuentes o el Fondo de Cultura Económica, por ejemplo, sin ser las únicas. Estamos atentos a las ferias de libros para merodear mostradores o estantes.
Nos entristece que cierren librerías. Perdemos sucursales del Paraíso. Son tragedias culturales. ¿Quién no recuerda, por mencionar dos ejemplos, la Covarrubias o una de Sanborn’s, ambas en pleno centro de Guadalajara, y que desaparecieron? La Asociación de Librerías de México señala que, en el país, en los últimos diez años han cerrado 400.
Durante 2024 las empresas editoriales publicaron 20 mil 54 títulos diferentes, lo que significó un decremento de 15 por ciento respecto a 2023, reporta la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (CNIEM) en su reciente estudio Indicadores del Sector Editorial Privado en México 2024-2025. Se produjeron más de 76 millones de ejemplares, que representaron una reducción de 4.1 por ciento, es decir, cerca de 4.9 millones de unidades menos que el año previo. “Al igual que en 2023, la disminución se atribuye principalmente a la cancelación de las ventas que el sector privado hacía a programas gubernamentales de libros gratuitos”.
La CNIEM anota que, en 2024, el Módulo sobre Lectura del Inegi indicó que 41.8 por ciento de la población alfabeta, de 18 años o más, leyó al menos un libro en el año; en 2023 era de 43.2.
Luego de que disfrutamos la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, otro buen festejo sería dejar atrás la insuficiente promoción de la lectura en México. Como nación y personas somos, en buena parte, lo que leemos.
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