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En el campo de estudios sobre Paz y Conflictos constantemente se plantea la necesidad de contar con una teoría del poder, capaz de contribuir a la transformación positiva de los conflictos para no llegar a la violencia. “Que toda esa fuerza-energía-coraje que se emplea para hacernos daño, podamos utilizarla para favorecer intercambios constructivos”. Algunos planteamientos de Michel Foucault aportan a construir esa teoría.
Según Foucault existen dos modos de entender el poder: como control que constriñe la libertad de los demás donde unos mandan y otros obedecen; o como potencia que enriquece las capacidades humanas. A partir de sus investigaciones en escuelas, cárceles y hospitales, identifica los dispositivos institucionales, legales y discursivos que se utilizan para erradicar determinadas conductas, así como las estrategias con las que se controlan la vida o la sexualidad (disciplina, vigilancia, normalización…). Son mecanismos donde se materializa el poder cuyo uso se justifica en “conocimientos científicos”. Saber y poder van de la mano.
Pero el poder es también para Foucault un bien imprescindible de la vida que permite a las personas lograr sus objetivos o afrontar la fragilidad y vulnerabilidad humanas. Es un factor productivo presente en todas las relaciones que se va configurando a lo largo de la vida, no algo que poseen unos cuantos. A medida que van desarrollándose mecanismos de sujeción, simultáneamente aparecen procesos de resistencia de donde emergen nuevas subjetividades. El poder constituye a los sujetos sociales.
En cuanto a los dispositivos discursivos, Foucault aclara la función que desempeñan los valores, dogmas, mitos y utopías que son instalados mediante procesos de comunicación. Sin comunicación no hay poder posible. Las relaciones de poder operan a través de discursos que configuran realidades. El hecho de nombrar las cosas o acciones tiene efectos contundentes. Pero para que las palabras tengan poder deben resultar creíbles al interlocutor y ser auténticas en su significado más profundo. Necesitamos creer en el poder de la palabra.
Ese modelo productivo-constructivo del poder demanda cuestionar la naturalización de las imposiciones y normas disciplinarias, la forma como se ha inscrito en el cuerpo de las personas, la fusión que mantiene con los saberes especializados. La libertad, agrega Foucault, es un concepto imprescindible para comprender el poder. No puede haber relaciones de poder a menos que los sujetos sean libres, libertad que puede ejercerse como sometimiento, resistencia o transformación. Y para transformarlo, hay que reconocer las potencialidades de ese poder constituyente y difuso que permite establecer relaciones no violentas.
Empoderamiento pacifista es el concepto que, siguiendo a Foucault y a otros, viene formulándose para reconocer el poder productivo y transformador de la paz. Supone estar convencidos que la paz es un comportamiento que ya está instalado en nuestras interacciones cotidianas, conviviendo con situaciones violentas y de dominación; que contamos con dispositivos y estrategias para negociar nuestros desacuerdos (mediación, justicia alternativa, acuerdos por consenso...); que en la materialidad de nuestros cuerpos llevamos instaladas múltiples potencialidades (conciencia, empatía, inteligencia...). Es decir: hay que reformular el concepto hegemónico del poder para considerarlo un factor que contribuye a la convivencia pacífica.
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GR