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*En solidaridad con Luis Ángel Oseguera Farías, 

indígena afrodescendiente, estudiante y ser humano excepcional 

 

Lisa A. Cooper, directora del Centro para la Equidad en Salud de Johns Hopkins, de la universidad del mismo nombre muestra que en EU, la incidencia de la pandemia no está asociada sólo a las características médico demográficas de la población, sino a cuestiones sociales derivadas de prejuicios culturales y de las estructuras económicas de los territorios afectados. 

En los EU son afrodescendientes alrededor de 13 por ciento de sus habitantes, pero representan 34 por ciento de los decesos. Cooper también refiere mayor letalidad con respecto a su peso en la población total de los latinos y asiáticos. En México cabría preguntarnos cuál es la tasa de letalidad de la población indígena; de los trabajadores de los sectores esenciales, por nivel de ingreso, de ocupación, de contratación o por tamaño de empresa; de los miembros de los hogares por condición de pobreza extrema, moderada, etc.  

Todos sabemos que el “quédate en casa” es quimérico para quienes viven al día y para quienes laboran en actividades esenciales. Cabe preguntarse quiénes son esas personas; cómo laboran, en qué condiciones están contratadas, las personas que trabajan en servicios esenciales; en qué condiciones se transportan, etc. Además, sí los niños deben quedarse en casa, pero los padres no, ¿con quién se quedan? 

La política de vivienda durante décadas ha favorecido inmensos “sembradíos de rotoplas”, lejanos, aislados, minúsculos, hacinados, pobres en servicios y en calidad. Espacios que constituyen un excelente caldo de cultivo para la delincuencia, violencia doméstica, depresión, estrés laboral para quienes trabajen en casa, etc. 

Bajo tales condiciones, los hogares con menores ingresos y estabilidad laboral; con mayor precariedad en sus viviendas, colonias y localidades; con peores condiciones de movilidad y de servicios, terminan por sufrir las peores condiciones de este periodo.  

Peor aún, si desde el poder no importa “quién se la hace”, sino “quien se la paga”, y atenta contra jóvenes e indígenas, como el caso de Luis Ángel Oseguera, por parecerse con algún delincuente, lo único que se logrará no es el aplanamiento de la curva de la rabia y de la indignación, sino su crecimiento exponencial. 

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jl/I