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Consolidar a las instituciones, no destruirlas

Justo lo que hace que una democracia se consolide y perdure más allá de las coyunturas, de los liderazgos y vaivenes políticos es la solidez de sus instituciones. Consolidarlas pasa por evaluar los objetivos para los que fueron diseñadas y creadas, evaluar también si su diseño y objetivos iniciales aún son vigentes y si todavía responden a las exigencias de la cambiante realidad. La presión de la sociedad para que las prácticas sociales se mejoren, se regulen e institucionalicen es el germen de todo cambio institucional; no la concentración del poder o el control sobre ellas. 

Hace unos meses el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció la desaparición de fideicomisos, ahora la presión se orienta a los organizamos autónomos. Es justo reconocer que muchos de los organismos en cuestión no se han caracterizado por su capacidad para afrontar con conocimiento y eficacia los problemas que debían resolver, y con frecuencia las direcciones o presidencias eran ocupadas por personajes cercanos a los grupos de poder nacionales o locales. 

Sin lugar a duda ese tipo de prácticas son formas disfrazadas de corrupción y es necesario combatirlas. Pero tanto el cumplimiento de sus funciones como la consecución de sus objetivos es un asunto evaluable, que puede mejorar, corregirse e incluso deben optimizarse los recursos humanos y financieros que se han invertido en ellos. 

Al desaparecer organismos e instituciones que garanticen la vida democrática, el acceso a la información o el desarrollo de ciertas regiones del país, sin un proceso serio de evaluación y reestructuración o reingeniería institucional, se corre el riesgo de dilapidar lo que hemos aprendido y avanzado como país, como democracia, cuando menos desde el 98 a la fecha. Desaparecerlos y dejar que el Ejecutivo sea quien los controle nos acerca al riesgo de retroceder en lo que respecta a los contrapesos y a la autonomía frente al poder presidencial y de los partidos que ganan mayorías. Lo sufrimos con el PRI como partido mayoritario; no podemos concederlo con Morena o con un presidente carismático que tiende a concentrar el poder. 

Los cambios de fondo en las instituciones generalmente son lentos, requieren de cuidado, de contrapesos reales, de visión estratégica, pero sobre todo deben resistir a la tentación de concentrar el poder que podría llevarnos al autoritarismo, muy lejano del equilibrio de los poderes que pregona nuestra Carta Magna. 

Frente a la tentación de centralizar las decisiones, los recursos públicos y el poder es necesario que se reestructuren y adelgacen las instituciones autónomas, es importante que sus funciones no las dupliquen otros organismos estatales, sino que se coordinen mejor entre los diversos niveles de gobierno. Si en su momento se permitió que creciera la burocracia dorada hoy puede ser un buen momento para sustituirla a través de mecanismos que promuevan el servicio civil de carrera, la especialización de funcionarios públicos cuyo ascenso tenga como criterio el buen desempeño, más que la pertenencia a grupos de poder o relaciones con las élites políticas o empresariales. 

Tanto en el gobierno federal como en los gobiernos estatales es necesario establecer criterios claros y convergentes para el mejoramiento de las instituciones públicas y los organismos autónomos, para propiciar el cumplimiento eficaz y actualizado de las funciones que se espera de ellos. Suprimirlos por decreto sin un esfuerzo fino de evaluación y reestructuración beneficiaría muy poco a la sociedad y hasta al gobierno mismo. 

* Profesor investigador del ITESO 

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