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El Huachicol
Porque nos la quitaron
Los encontraron tirados, atados con tela y bolsas negras, en medio de la carretera. Seis personas con el rostro cubierto. Los cuerpos, marcados por la violencia, aparecieron en Ojuelos, Jalisco, a unos pasos del límite con Zacatecas. No tenían nombre ni voz ni identidad confirmada. Tienen, eso sí, el sino de la frontera interestatal y de una disputa política sobre ellas.
En los videos que circularon en redes esta semana se alcanza a ver a cuatro personas tendidas sobre una carretera en Pinos, Zacatecas. Las imágenes coinciden con al menos una de las víctimas halladas después en Jalisco, lo que ha llevado a sostener que los crímenes ocurrieron en el estado vecino y que los cadáveres fueron trasladados. Pero desde Zacatecas se apresuraron a negarlo: eran bolsas de basura, dijeron. “Afirmaciones a la ligera”, acusaron, como si de un malentendido trivial se tratara.
Jalisco dio un paso más: se trataba de un intento deliberado por manipular las cifras de homicidios. Que alguien movió los cuerpos, como si fueran utilería, con el propósito de inflar los números de Jalisco y limpiar los de Zacatecas. Que esto ya ha ocurrido antes. Que los muertos, sus familias, además de la tragedia en sí misma, cargan con la estadística, con la tasa, con la sombra en donde importa más quién pierde en los rankings que quien es asesinado.
Y mientras los gobiernos cruzan declaraciones, las víctimas siguen allí: sin rostro para el público, sin nombre para sus familias. Nadie habla de quiénes eran, qué hacían en Zacatecas o en Jalisco, quién los esperaba en casa. Nadie parece querer detenerse para preguntarse qué significa que seis cuerpos sean arrastrados de un lado a otro de una línea histórica y política.
Es una escena que dice demasiado de este país: las personas, aun muertas, se convierten en materia de disputa, en datos que se intercambian, en territorio en pugna. Las autoridades discuten sobre dónde ocurrió el crimen, pero no hablan sobre por qué ocurrió, quién lo permitió, qué hará el Estado (y los estados de ambos lados de esa línea) para impedir que vuelva a repetirse. La indignidad no termina con la tortura ni con el asesinato; se prolonga en la forma en como los muertos son tratados después, en la indiferencia con la que los convierten en saldo político.
Aquí, en esta franja del país donde Zacatecas y Jalisco se tocan, se oye y se lee el deslinde de los cuerpos, la mezquindad de las cifras, la disputa entre gobiernos que se culpan mutuamente, mientras los responsables se esconden bajo las piedras del crimen.
Pienso en esas seis personas, en sus rostros cubiertos, en el silencio que las envuelve. Pienso en las familias que todavía no saben que sus hijos o hijas están entre esos cadáveres. Y me pregunto qué sentirán cuando descubran que el primer debate público no fue por su nombre ni su historia ni la justicia que se les debe, sino por el lugar exacto en que fueron asesinadas y a qué estado habrá que subirle seis homicidios.
Los muertos no son cifras, pero aquí los vuelven eso. No son bultos, pero los han tratado como tales. No son piezas de ajedrez, pero los usan como estrategia.
Los muertos son de todos. Son de este país que registra atrocidad tras otra. Son hijos, hermanas, padres, amigas que no volverán vivas a casa, sin importar el estado en donde fueron encontrados, siendo números que nadie quiere sumar.
Pura estadística.
X: @perlavelasco
jl/I