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Inacabado

Hay amistades que terminan como un derrumbe: sin aviso, sin palabras, sin una causa que pueda decirse en voz alta. The Banshees of Inisherin (Los espíritus de la isla) habla de ese silencio que existe cuando alguien deja de querer estar contigo. No es que haya deslealtad, traición ni ofensa imperdonable. Nada. Simplemente, un día el otro deja de saludarte. Y lo que queda no es solo la ausencia, sino el hueco de lo que no se dijo.

En la isla mínima donde viven Pádraic y Colm no hay distracciones posibles. No hay tráfico ni bares nuevos ni personas que puedan amortiguar el golpe. Cuando alguien deja de hablarte, lo sientes en todas partes: en el camino de regreso a casa, en la silla vacía junto a la tuya, en el eco de tu propia voz cuando te descubres hablando solo. La película se sostiene en esa incomodidad persistente, en ese espacio intermedio entre la pérdida y la incomprensión. No hay duelo posible cuando ni siquiera se sabe qué fue lo que se rompió.

El duelo por una amistad es distinto al duelo por un amor. En las historias románticas al menos en general hay un final anunciado: alguien lo dice, alguien lo explica, se intenta una última conversación, se cierran las cuentas, se devuelven las cosas.

Pero cuando se acaba una amistad no hay protocolos. Nadie nos enseña a despedirnos de un amigo. Nadie nos da permiso para llorar esa ausencia. Queda flotando una mezcla de enojo, incertidumbre y tristeza. Una esperanza tonta de que un día vuelva a escribirte o te llame para algún plan.

En The Banshees of Inisherin esa ruptura se vuelve literal. Colm, en su necesidad de mantenerse firme, se mutila. Se corta los dedos como quien arranca los lazos que lo unen al pasado. Hay algo casi religioso en ese gesto, como si el sacrificio fuera necesario para sostener una decisión que ni él mismo comprende. Pádraic, en cambio, encarna la incredulidad de quien no puede aceptar que lo quieran menos de lo que él quiere. Su desesperación por entender es la nuestra. Esa fe en que, si decimos las palabras correctas, todo podría arreglarse.

Pero no se arregla. Porque hay vínculos que se agotan sin motivo, como fuegos que ya no prenden. Hay personas que un día se cansan de nosotros, aunque no hayamos hecho nada malo. La película muestra esa crueldad sin adornos: la tristeza de seguir queriendo a alguien que ya no te quiere en su vida, la humillación y el ridículo de insistir. Es un retrato de la dignidad que se va deshilando mientras se espera una explicación, una respuesta. Algo.

A veces pienso que las amistades que se rompen sin aviso son las que más nos cambian. Nos obligan a mirar a detalle quiénes éramos cuando la otra persona todavía estaba y quiénes somos ahora. Nos dejan con frases suspendidas, con gestos que ya no tendrán destinatario, con voces que ya no harán eco. Hay un duelo mudo en las conversaciones que no se tendrán, las risas a medio camino, las versiones de nosotros que solo existían al lado de ella o él.

Y quizás, como sugiere la película, el cierre nunca llega porque no existe. Porque hay cosas que se pierden sin que nadie tenga la culpa. Todo lo que podemos hacer es seguir caminando por esa isla solitaria, con el ruido de fondo, tratando de entender cómo se sobrevive a la pérdida de alguien que sigue vivo.

Porque a veces los muertos no son los que se van de este plano.

Son los que ya no nos hablan.

X: @perlavelasco

jl/I