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Fiscalía rezagada
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Era finales de mayo de 2011. Yo esperaba en el carro a que un amigo saliera de su casa. La angosta y polvorienta calle, a pesar del pavimento, era el escenario donde un grupo de chiquillos jugaba, reía y se perseguía a corretizas. Mi ventana, bajada, daba precisamente al arroyo vial y escuchaba con claridad de lo que hablaban esos niños, algunos de ellos aún con uniforme.
En algún momento los juegos se volvieron algo bruscos y aparecieron unos gritos. “Si me sigues molestando, le voy a decir a mis amigos zetas que vengan y te maten. Ellos traen pistola”. Un niño de unos 8 años amenazó así a una niña de más o menos la misma edad. Lo recuerdo perfecto porque lo escribí de inmediato y lo feché. La niña se alejó junto con otra del grupito y se metieron a una casa un par de puertas más adelante. El resto se quedó en la calle, jugando con una pelota medio desinflada.
Unos dos años después, el colega Alejandro Ortega Neri compartió una foto en sus redes sociales que se convirtió en la imagen de toda una generación de niños crecidos en medio de la violencia. Dos muchachitos, en la caja de una pick up blanca, con armas de juguete, apostados. La posición de sus cuerpos, la mirada, la forma de agarrar sus rifles negros eran todo un lenguaje. Eran el idioma no verbal de los enfrentamientos criminales, de la presencia imponente de militares y policías federales en cada esquina, de las noticias sanguinarias, de los retenes, de los mensajes en mantas y cartulinas colgadas en puentes peatonales.
Y el español… El español se nos empezó a llenar de la palabra narco. Primero, como un simple acortamiento de la palabra narcotráfico o narcotraficantes, pero después se convirtió en una especie de prefijo (elemento compositivo) que aparecía ya en todos lados. De pronto ya teníamos narcotúneles, narcomantas, narcobloqueos, narcocorridos, narcogobierno, narcoatentado… aceptado por la Real Academia, reconocido y familiarizado entre los hablantes, no necesitabas más que poner “narco” antes para saber que se trataba de un tema en el que el crimen organizado estaba involucrado.
Por aquellos años comenzó a aparecer el movimiento alterado, una expresión mayormente musical que glorifica la vida del mundo del narcotráfico, con letras sumamente explícitas; poco después llegaron los corridos tumbados.
He traído a esos niños dando vueltas en mi memoria. ¿Escuchaban esa música? ¿La difusión de las letras y los videos era tan vasta y rápida? ¿Qué canciones, películas o series veían en sus casas, con sus amiguitos y vecinos? O es que no necesitaban escuchar esa música porque la realidad los atrapaba en su familia, con sus compañeros; porque oían hablar a los demás sobre colgados, descabezados, embolsados, desmembrados, emboscadas, atentados, muertos, torturados… Esos niños seguramente no oyeron un corrido sobre Los Zetas, pero no fue necesario; su entorno fue lo suficientemente explícito.
Han pasado 14 años y esa realidad no ha cambiado; incluso es aún peor. Pero ¿prohibir y castigar ciertas expresiones culturales es la solución? ¿Nos llevará a un lugar más pacífico? ¿Dejará de existir la violencia solo con no nombrarla, no representarla? ¿A quiénes beneficiamos cuando consumimos productos de la narcocultura? ¿Quiénes la financian? ¿Qué papel jugamos como consumidores?
Si la respuesta fuera sencilla no llevaríamos décadas discutiéndola.
Y yo, sinceramente, tengo más preguntas que respuestas.
Muchas.
X: @perlavelasco
jl/I