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Posando para la foto
Clases de adultez o guía para la vida adulta. Como queramos llamarle, diversas instituciones en el mundo han comenzado a impartir materias que están relacionadas sobre cómo salir avante en esa etapa de la vida, particularmente a la generación Z, que comprende, según convenciones, a los nacidos entre 1997 y 2012, es decir, a adolescentes y jóvenes que ahora tienen entre 13 y 28 años.
Estos programas educativos especializados, que son ofrecidos por instituciones en Estados Unidos como la Universidad Estatal de Michigan, la Universidad de California, en Riverside, y la Junior Chamber International (JCI) Santa Clarita, como consigna el portal Newsweek, están relacionados con áreas de finanzas personales, resolución de conflictos y comunicación efectiva, que se traduce, por ejemplo, en cómo hacer un presupuesto, cómo presentarte a una entrevista de trabajo, cómo gestionar el tiempo, cómo hacer más saludables las relaciones interpersonales, cómo hablar ante grupos de personas…
No me extraña que estos jóvenes y adolescentes necesiten un empujón formal en estas áreas. Pertenecen a una generación que vio su vida interrumpida por una pandemia, que debió relacionarse con los demás, en su escuela, con su familia, con sus amistades, a través de una pantalla, la que, por cierto, como característica, ya traían integrada. No son personas débiles que no sepan presentarse a una entrevista de empleo sin entrar en pánico; son personas que crecieron en un entorno controlado, hipervigilado y, a la vez, hipercomunicado de modos que no implican contacto físico, con sobreexposición a las redes sociales, a los estímulos efímeros y llenos de incertidumbre.
Estas iniciativas han sido bien recibidas por empleadores y educadores, quienes reconocen la importancia de complementar la formación académica con habilidades prácticas.
Las clases de adultez no son símbolo de debilidad de esta generación, como lo ven algunos. En realidad, siempre han existido, tal vez con otro nombre o en diferentes épocas. Recuerdo haber oído platicar a los adultos cuando yo era niña, de las clases de “economía doméstica” o “economía del hogar”, donde te enseñaban a hacer un presupuesto familiar, a cocinar, a remendar ropa, a arreglar pequeños desperfectos de una casa. Esas clases también te alistaban para la adultez, solo que el mundo era diferente al de la generación Z.
Ahora, como adulta, a mí me habría gustado en su momento recibir clases sobre cómo presentar una declaración de impuestos, el manejo de las tarjetas de crédito, los principios básicos de la cocina, hacer un currículum… Sí, mucho de ello se aprende justo en el camino a la adultez o ya en ella, porque por más clases que recibas nunca será el mundo real, pero tener bases y nociones jamás será mala idea.
En un contexto social donde la transición a la adultez puede ser abrumadora, estos programas ofrecen un espacio seguro para aprender, compartir experiencias y construir una base sólida para la vida.
Tal vez lo que cambia con cada generación no es la necesidad de prepararse para ser adulto, sino la forma en que se nombra, se ofrece y se asume esa preparación. La adultez no llega con una edad ni con un curso, pero si algo podemos aprender de esa generación es que pedir ayuda y buscar guía no es una debilidad, sino señal de responsabilidad e interés en afrontar lo que venga.
De la mejor forma.
X: @perlavelasco
jl/I