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Las creencias y la resiliencia

Los estudiosos de las sociedades y la religión indican que las dos creencias religiosas de mayor alcance en América Latina son las devociones a la Virgen de Aparecida, en Brasil, y a la Virgen de Guadalupe, en México, y que ambas manifestaciones marianas revelan formas de vivir la religiosidad en conexión directa con el tiempo, el espacio y la cultura en que se insertan, que explican los fenómenos de resiliencia de la población ante situaciones de guerra, pandemia y violencia cotidianas.

Los sociólogos observan los procesos de hibridación que hacen de estas manifestaciones una forma de vivir la fe, atravesada por las experiencias de las culturas y crisis locales. Devociones que entran en conflicto con expresiones tales como la llamada Santa Muerte.

La revista Religious Travel señala que las devociones marianas más visitadas en el mundo son la Villa de Guadalupe, con 20 millones de visitantes anuales, y la Virgen de Aparecida, con 12 millones anuales, ubicada en el pueblo de Aparecida, en Sao Paulo, Brasil.

La investigadora Ana Maria de Souza argumenta que “el factor híbrido surge en las situaciones extremas de sufrimiento. En la Nueva España y Brasil, la iconografía de Guadalupe, bajo el manto de jade y la santa negra de Aparecida, se consolidaron como los puentes de conexión entre dos líneas paralelas que se unen, garantizando la restauración de la crisis civilizatoria y el mestizaje de las culturas originarias con las culturas europea y africana”.

Explica que, según las tradiciones, las apariciones surgen en los momentos de ruina, crisis, guerra, desesperanza. “Así, en Aparecida, podemos asociar la crueldad de la esclavitud por parte de los portugueses, en consonancia con uno de los primeros milagros de esta imagen negra”. Y, en el contexto de Guadalupe, la imagen se le aparece al mundo indígena en el momento en que su pueblo y su cultura están siendo destruidas.

El manto de Guadalupe explica los factores simbólicos que la hacen depositaria del intercambio de las culturas náhuatl y española. Su manto turquesa dialoga con su propia forma de estar en el mundo; representa el punto focal de la imaginería metafórica de cielo y universo indígena y europeo.

Los mexicas dedujeron que Guadalupe era una noble enviada del cielo. Esta representación simbólica sirvió como puente de intercambio e intereses compartidos al establecer la intersección de dos polos culturales en conflicto, a pesar del autoritarismo del hombre blanco, durante la ocupación de tierras mexicanas.

Esta simbología persiste. La Guadalupana tiene profundas raíces en la mitología y la historia nacional; su imagen aparece en artículos tan mundanos como tarjetas telefónicas y boletos de lotería. Los movimientos independentistas y revolucionarios marcharon detrás de las imágenes de Nuestra Señora de Guadalupe, aunque los revolucionarios eran declaradamente anticlericales.

El perenne candidato y presidente siempre en campaña Andrés Manuel López Obrador unifica a las masas nombrando a su nuevo partido político Morena, el nombre común que se le da a la santa patrona Guadalupe.

Un sector de no creyentes persiste en llamarse “guadalupanos” y la devoción ha crecido en América Latina, a través de la transmisión de programas de televisión, según los analistas del fenómeno religioso.

En la época actual, en el contexto de violencia y guerra de mediana intensidad, son sobre todo los migrantes, los pobres, los perseguidos por la violencia vivida a diario los que buscan la protección de la patrona de América. Para los estudiosos del fenómeno sociorreligioso “es la imagen popular que une a los mexicanos. Ante el sentimiento de orfandad y desamparo, es el refugio en los dramas de hoy como lo fue hace 500 años para los indios”. Para los mexicanos, el guadalupanismo es un signo de identidad y expresión de resiliencia en las crisis.

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