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Infancias sonoras

“Prométeme que nunca dejarás de buscar a mi mamá”. “Cuando mi abuela ya no pueda, yo seguiré buscando a mis papás”. “Quiero ser abogado para ayudar a buscar a las personas desaparecidas”. Ante la desaparición de su familiar, para muchos niños y niñas su infancia también se desvanece. Cambian prioridades, situación económica y dinámica de la vida familiar y, ante el cúmulo de afectaciones y acciones a realizar para localizar a la persona desaparecida, sus necesidades, sentires y voces parecen no existir.

Por un lado, con la intención de proteger a las infancias, se oculta la información o se miente sobre el paradero de la persona desaparecida, sin dimensionar su plena capacidad de percibir e interpretar lo que está pasando, además de que, de por sí, su cotidianidad queda reorganizada en función de la búsqueda de su familiar. Esta situación, paradójicamente, en vez de brindar más seguridad, genera sentimientos de mayor vulnerabilidad, incertidumbre y desprotección.

Por otro lado, debido al cúmulo de acciones orientadas hacia la localización de su familiar, las infancias dejan atrás sus actividades escolares y de juego, y se convierten a su corta edad en buscadoras de jornada completa o en especialistas en materia legal o forense, participando activamente en manifestaciones y operativos de búsqueda. La impotencia, culpa o sensación del deber de dar continuidad a la labor de sus cuidadoras les obliga a seguir supliendo las omisiones de las autoridades.

Los impactos en niñas y niños varían dependiendo de cada persona, su edad y el vínculo establecido con la persona desaparecida, entre otros factores. Su capacidad de comprender la situación que enfrentan, tal como su dolor, es distinto a las personas adultas. Viven afectaciones en su salud emocional y física que se reflejan en trastornos de sueño, cambios de alimentación, motivación, rendimiento escolar, conductas autodestructivas o problemas en las relaciones sociales. Seguido tienen fantasías en las que se imaginan vivir un escenario diferente, aunque es la desaparición de una persona la situación que nunca debería ocurrir. Se enfrentan a una constante estigmatización social y falta de sensibilización en los ámbitos más cercanos, como familiar, escolar o comunitario. Lo anterior, aunado a la ignorancia de la sociedad ante la problemática, profundiza todavía más su dolor y sensación de soledad.

El jueves pasado, el Centro de Justicia para la Paz y el Desarrollo presentó el fanzine Infancias sonoras: nuestra voz, nuestros derechos, mediante el cual se busca visibilizar los impactos en las infancias ante la desaparición de su familiar, al igual que compartir sus emociones, derechos, necesidades y miedos recuperados a través del arte, juegos y espacios de escucha. El fanzine fue construido a partir de talleres y sesiones psicoeducativas realizadas con la finalidad de contribuir a su bienestar psicoemocional y apoyar en la creación de estrategias de afrontamiento ante la situación que viven. Este proceso reafirmó una fuerte necesidad de construir espacios de confianza y participación infantil para nombrar sus experiencias y sentires entre pares, al igual que la urgencia de visibilizarlos. Además, esta publicación podría servir de guía para las personas cuidadoras e instituciones públicas.

Si bien en México se han realizado esfuerzos de las organizaciones civiles de visibilizar la situación de las infancias ante el contexto de desaparición, o incluso el Protocolo Adicional de Búsqueda de Niñas, Niños y Adolescentes reconoce la participación infantil como un derecho, estas acciones no han sido suficientes ante la práctica de minimizar el rol de las personas menores de edad y no considerar sus opiniones en los procesos de toma de decisiones.

La palabra infancia proviene del vocablo latino infans que se refiere a la persona que no habla o es incapaz de hablar. Miles de niños están insertos en la tragedia de desapariciones, pero desde una mirada adultocentrista se asume que no comprenden su situación. El fanzine expone que la población infantil pide respeto, solidaridad, que no se les juzgue y que se les pregunte por sus opiniones. Ojalá las autoridades y escuelas aprendan a escucharles con empatía, atiendan sus necesidades y, junto con la sociedad, seamos eco de sus voces.

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