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De caciques a caciques

Las instituciones juegan un papel fundamental en la vida pública: asignan recursos, definen políticas, generan incentivos y propician tanto opciones como restricciones a las personas y actores políticos y económicos de su entorno. Algunas funcionan mejor que otras, en la mayoría de las ocasiones esto se debe a la visión, destreza y liderazgo de quienes las tripulan.

Bajo esa perspectiva, la Universidad de Guadalajara, en la era de Raúl Padilla López, ocupó un espacio prominente en la construcción del modelo social que vivimos hasta hoy en la ciudad y el estado. La UdeG del Licenciado insidió –quizá como ninguna otra universidad pública estatal– en el diseño no solo de nuestra vida cultural, sino también en la construcción de buena parte de los escenarios políticos que se configuraron a lo largo de poco más de 30 años.

La Feria Internacional del Libro, la muestra de cine, los auditorios, teatros, foros y una vida cultural y artística muy activa contribuyeron, sin duda, a darle un rostro diferente a nuestras comunidades locales que, todavía a inicios de la década de 1990, debatían en la oscuridad las agendas que incomodaban el statu quo jalisquillo.

Raúl Padilla López fue un líder moral o un cacique, ese no es el debate, lo importante es que a pesar de que supo sacar provecho personal de sus circunstancias, también tuvo la capacidad de leer los tiempos del mundo, del país y de la ciudad para crear y construir referentes que difícilmente se avizoraban en el panorama local y que perdurarán de forma diacrónica.

Entre el político y el promotor cultural, sin duda, me quedo con el segundo. Pero, seamos honestos, el grueso de políticos, gobernantes y “líderes” que han ejercido influencia en los asuntos públicos de Jalisco han pasado a la historia sin pena ni gloria, aumentando considerablemente sus cuentas bancarias y dejando muy poco a la sociedad. En el caso de Raúl Padilla el saldo parece favorable, aportó mucho más de lo que “nos quitó”. Digamos que fue un cacicazgo muy productivo.

Por otra parte, el Licenciado ejerció el poder en todos los sentidos y a todos los niveles, haciendo a un lado los frenos y contrapesos institucionales de la Universidad de Guadalajara; él “sugería” el funcionamiento general del sistema político de la casa de estudios, “opinaba” respecto a quiénes debían ocupar los cargos más importantes, “aconsejaba” cuáles eran los momentos idóneos para que la institución asumiera posturas críticas o llevara la guerra en paz; el Licenciado incidía en la vida interna de los gremios, en el comportamiento de la vida académica y las finanzas. Los rectores generales fueron, en muchas ocasiones, un simple brazo ejecutor de sus planes y proyectos.

Desde que asumió el cargo de rector, Raúl Padilla modeló la universidad, le imprimió su estilo y su visión y, luego de 30 años de funcionar bajo esa lógica, la segunda casa de estudios más importante del país comienza una transición que tendrá muchos costos, pero también beneficios.

Si bien Raúl Padilla transformó una comunidad estudiantil liderada por matones y gánsters en una de líderes de papel, sometidos a sus designios y convirtió una universidad sobre ideologizada en una comunidad plural, hoy parece que el gran reto es que esos frenos y contrapesos internos funcionen de verdad, que la universidad se respete a sí misma como institución diversa, plural y abierta, que las y los estudiantes se expresen con libertad en los órganos de representación y que los sindicatos de profesores y trabajadores actúen bajo su propia convicción.

El reto es enorme en todos los sentidos y, como siempre sucede en los procesos de cambio, no existe un perfil como el de Padilla en el aparato universitario. No hay un funcionario o político con su visión, su capacidad de control, su sagacidad para anticiparse a las coyunturas políticas y su arrojo. Su historia nos deja muy claro que en la vida y, sobre todo, en la política, hay de caciques a caciques.

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